lunes, 2 de abril de 2012

CONTRA PARAÍSO (Manuel Vicent)

     Me gusta terminar los libros en la madrugada. Cuando todo el mundo duerme, y otra serie de mitos poéticos, que siendo mentira componen mi mundo.
     Terminar un libro de Manuel Vicent a las tres de la mañana, deja en el aire de la habitación el mundo huertano, de posguerra, de pobreza, mediterráneo, de recuerdos, crueldad y tristeza... pero no. Éstas no son las cualidades que de verdad definen lo que identifica a Vicent, lo que lo hace único. Creo que manuel Rivas en el prólogo de alguno de sus libros lo descubre: es su brillantez, su limpieza en el lenguaje. No lírico, ni barroco (que también). No. Es que cuando lees en sus páginas: "las alpargata del ahorcado, los raíles bruñidos, un alto zócalo de azulejos blancos, la dulzura podrida de algunas alcantarillas...", les quita a las palabras el manoseo secular, el prejuicio, la estupidez. Manuel Vicent es como aquel artesano honrado, que todavía existía en España, y que yo sólo recuerdo de pequeño, que podía personalizarse en el zapatero al que mi abuela me llevaba de la mano. Un hombre que trabajaba horas en un cubículo donde apenas se podía estar de pie, rodeado de botas, calzados de diferentes colores y un olor que me gustaba mucho. Esos artesanos cuando trabajaban, trabajaban, Y cuando estaban el algún bar tomándose un vino acompañado de un plato de olivas, estaban ahí. Sin móvil, ni internet, ni hostias en vinagre. Un tiempo que se fue con lo malo, y (ay) con lo bueno.
     Es un libro muy parecido en la forma a Tranvía a la Malvarrosa, aunque Contra Paraíso se centra en su niñez, y Tranvía en su adolescencia. Me ha recordado al placer de cuando leí en aquellos parques tranquilos de Londres su ruptura con la religión, con una percepción del mundo que le fue cambiando según lo descubría.

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