No compré el libro porque el prólogo lo
hubiera escrito Andrés Calamaro. Ya tengo dos libros sobre José Tomás, Un torero de leyenda de Carlos Abella y Luces y Sombras de Javier Villán.
No
iba buscando literatura, que me perdonen prologuista y autor. Con José Tomás pasa algo más. No voy a
entrar a defender el toreo de José Tomás: la tauromaquia tiene arte (en el cual,
aunque no entiendo, sólo gusto de perderme en él) pero también tiene ciencia,
datos, categorías, experiencia, pasado, tradición… y eso no se aprende en dos
días; seguiremos yendo y leyendo al universo taurino para seguir aprendiendo.
Fui
buscando complicidad, una lectura de lo que vivieron dos piratas aquella tarde (mañana luminosa de pañuelos blancos y uno naranja),
estar sin estar en Nimes por mano, boca, letras de Simon Casas y Andrés
calamaro. Creo que Andrés ha entrado en un mundo profundo, de amistad de toreros
y otras gentes del toro, donde se siente bien, agradecido, honrado… y este
prólogo le vino grande. Lo supo desde que se puso a ello, no sé si por encargo
o por propia voluntad, o ambas cosas, pero sabía de su responsabilidad y que
esto no era una broma. Le salva el corazón. Pero a Simon Casas le pasó lo
mismo, tal vez con una inocencia menor, por edad, por recorrido taurino, por
experiencia; pero sabe que este libro es un reflejo, un testimonio, vital (y
esto es importante) de lo que supone el toro, José Tomás y el milagro de Nimes.
No puedo, ni quiero descubrir el final
del libro, sólo diré que merece la pena leer los chispazos de Andrés en el
prólogo, y la vida de Simon Casas, la pasión de ambos, para acabar emocionado con las palabras del francés, cuando metaforiza toro y filosofía, vida y trascendencia, como
ese momento raro de la tarde anochecida cuando ves a un hombre dar la vuelta al
ruedo, y tú no lo conoces a él, ni él a ti, pero todo se entiende de una vez.