lunes, 10 de febrero de 2014

ROJOS Y BLANCOS (Pío Baroja)

       


        “La calle, sobre todo la calle vieja, me gusta, me recuerda un sinfín de novelas románticas que he leído en la juventud; pero lo que me parece la quintaesencia del espíritu de París, es la poesía de Verlaine”, no hay nada como llegar a un lugar y la contaminación literaria que nos rompe la cabeza, salga a pasear por la calle, bien poblándola de personajes, bien atmosferizando el aire, la luz, esa ficción tiene algo más real, más de verdad que la propia realidad. Cuando llegamos a una calle vieja, no queremos que salga uno de sus vecinos de hoy con la bolsa de basura en la mano; queremos que esté como hace quinientos años, o trescientos, como un decorado de una película, pero que no sea una película; todo esto es una parte muy importante de la literatura.
No recuerdo quién lo dijo, creo que fue una hermana de Ortega y Gasset; estuvo de viaje Grecia y al oriente con un grupo de intelectuales españoles, entre ellos Julián Marías. Y decía que cuando llegaron a uno de aquellos lugares míticos, allí sólo había piedras, pero ellos estaban emocionados por todo lo que habían leído.

         Hace poco ha salido un libro sobre Baroja (Retrato de Baroja con abrigo) cuyo contenido escrito no tiene mucha importancia, sí los dibujos y el formato que tienen algo que te atrapa. He encontrado en Rojos y Blancos el mejor título para un libro sobre Baroja, y no sé si alguien ya lo ha aprovechado, porque es muy raro que después de décadas de libros de Broja editados nadie se haya dado cuenta, a lo mejor es que nadie lee a este magnífico escritor, y tenemos que quedarnos con la chorrada de lo del abrigo, la manta y la boina, que no es nada al lado de su literatura… “En la ciudad universitaria, una arquitecta inglesa me llamaba ‘ese señor viejo español de sonrisa triste’ ”.

         “Pienso que la gente que se considera con deberes lleva una vida más intensa que la que se considera sólo con derechos”, lo mejor de Baroja es que se entiende lo que escribe y no son ni siquiera aforismos, son más cercanos, no estarían en una placa dorada conmemorativa, son papeles importantes en un cajón, cerca del sentido común.

         “Continuo recibiendo catálogos de librerías de viejo, lo cual me da siempre mucha pena, porque los libros están ahora muy caros, y a mí no me sobra el dinero”, qué pena. Si usted supiera, don Pío, que tengo en primera edición los dos primeros libros de Memorias de un hombre de acción (“El aprendiz de conspirador” y “El escuadrón del Brigante”).

         “Cuando se sienten aficiones literarias y filosóficas es muy difícil encontrar con quien hablar a gusto”, cuando se encuentra son oasis difíciles de olvidar, pero más difíciles de mantener.

         “Hace tiempo, Ortega y Gasset, que tenía auto, nos invitaba a dos o tres personas a visitar algunos pueblos españoles en una excursión de varios días, y al llegar la noche a las fondas donde descansábamos, hablábamos como las personas a quienes no les produce miedo ni inquietud la vida”, cuando encontramos esos oasis, los pueblos españoles, con un edificio antiguo al fondo en la ventana del restaurante, o un paisaje castellano desolado y hermoso, y hablamos de lo que nunca hablamos, nos olvidamos hasta de quien somos, o es al contrario, que resulta que es ahí donde realmente somos nosotros más nosotros, diluyéndonos en la conversación, y el resto de los días del devenir cotidiano, somos reflejos, potencias.

         “Me han prestado un tomo de una Historia del Arte, obra de un crítico, Ele Faure, al que algunos conceden mucha importancia. Pero me ha parecido que no hay en ese libro más que palabrería y retórica. No he encontrado en sus páginas nada auténtico ni explicativo que valga la pena. Tan sólo elocuencia, y nada más…”, y nada más, que poco saben los críticos de arte (en general) de eso que queda flotando cuando anulas las teorías y la palabrería.

         “La vida actual tiene muchas exigencias inmediatas: el naturismo, el sol, el automóvil, la buena mesa, el baile, las piscinas, el cine, la aventura…”, hoy tiempos modernos podemos agregar, verbigracia: el móvil, las redes sociales, el ordenador, internet, guasap, la televidión, la televisión, la televisión… “¿Y dónde está quien, por recreo, se encierre a solas con un volumen para pasar la tarde? Esto ya no lo concibe la gente”, pues si esto era ya así a mediados del siglo XX, es mejor que no viera este señor lo que hay hoy. Yo no sé si encerrarse con un volumen hace mejor persona, pero si se generalizara creo que la estupidez saldría huyendo por la ventana.

Cuando Pío Baroja se entera de que puede volver a España tras su exilio, por una carta de su amigo García Morente, escribe “No es panorama que me disguste. Volver a mi casa del pueblo (Vera), leer en la biblioteca, pasear con mi sobrino Julio por la huerta y seguir por el cielo el curso de las nubes”. Julio Caro Baroja, andando el tiempo, y ya en los lejanísimos años ochenta, hizo un programa en TVE sobre el cuadro de Patinir “La laguna Estigia”. ¿Soñaría ya Julio esos paisajes por los que le contaba su tío que había visto en Basilea?

INTEMPERIE (Jesús Carrasco)



          Creo que fue en el programa Página 2 donde vi por primera vez la portada del libro y al autor, y me llamó la atención la historia. La portada no sé quién la ha elegido, pero no he encontrado ni una oveja por sus páginas. Imagino que no es una elección del escritor. La persona que ha pensado en colocar un corderete mirando hacia la derecha según mira el espectador, a lo mejor ni se ha leído el libro. O se lo ha leído, pero ha pensado que una cabra daría una imagen equívoca de lo que cuenta el libro, porque cabras sí que he encontrado.
         Me parece una historia bien contada, me ha recordado a Pérez-Reverte en el análisis de los movimientos de los personajes o en la detallada descripción de paisaje. He tenido que utilizar mucho el diccionario, y esto no es una queja, es mi gratitud al escritor por llevarnos al mundo rural auténtico de hace no mucho tiempo, hoy, que somos tan tecnológicos, no está mal que alguien nos recuerde estas cosas. Y además porque hay un personaje que me ha recordado a alguien de mi familia, personaje bueno.
         “almendro agostado”, “besanas lavadas” o “sarmientos bravíos”, son algunas parejas de sustantivo y adjetivo muy acertadas, y creo que es otro de los logros del escritor, y algo raro, rarísimo en los que escriben hoy: el presentarnos palabras de siempre como si fueran nuevas… no nuevas, más bien es como si les diera todo su significado en la historia, como si alcanzaran la potencia latente que tiene la palabra. Nos hace viajar al sitio, y estar (estar, ¡eso es!), estar junto al niño y al pastor. Sudor, dolor, queso, calor, miedo…
         Hay un personaje siniestro que se encuentra el niño, que me ha traído a aquel otro tan distinto que se encontró Jim Hawkins en la isla del tesoro, aquel náufrago. Y si son tan distintos, ¿por qué lo he relacionado? No lo sé y si sigo hablando de este hombrecillo destripo mucho del libro, así que alguien que quiera ver esa relación que se lo lea.
         Una de las partes más bonitas es cuando el pastor le dice al chico algo sobre un Cristo que había en una fortaleza abandonada. Pero digo lo mismo que respecto al personaje misterioso, hay que leer el libro para entender. El libro me ha dejado confuso, porque es una de las lecturas con las que me gustaría volver a encontrarme más adelante. Por otra parte no sé si quiero cruzarme otra vez con algunos personajes. Veremos.

EL CAMINO DEL CORAZÓN (Fernando Sánchez Dragó)

      


       “Dionisio, en una palabra, descubrió que los buscadores de tesoros, los aventureros de la gnosis, los bichos raros, los seres anticonvencionales – como lo era el Canciller de Estambul, el Caminador Manchego, el comerciante Sufí, el Tigre de Bengala y el Motorista de Delhi- formaban parte de una trama oculta, de una red invisible, de una especie de sociedad secreta, tan secreta que sus miembros no se conocían entre sí, pero se reconocían…” Me han recordado estas palabras otras, las de Manuel Vicent cuando dijo que los lectores de libros a la antigua usanza se reconocerían al cruzarse por la calle. La colección de aventureros con alma común que enumera, es como el juego que les hacemos a los nenes, tras contarles un cuento y nos tienen que decir, en orden, quién surge primero, después, Caperucita, el Lobo… Eso está bien, para la lectura te haces un resumen mental de lo que le ha ido pasando a Dionisio.
         “Átate al timón y aprieta los dientes. Recuerda que el mundo es un laberinto y que nadie puede recorrerlo sin chocar una y otra vez con sus paredes. Pero no te desanimes nunca. Cada prueba es, si sales airoso de ella y no te desnucas en el intento, un salto hacia delante”. Lo bueno o lo malo de estas palabras es que vale para el que tiene buenas intenciones y para el que no. Para todos. “El que aguanta, gana”, ¿no? Es verdad que tras estas palabras, el que está hablando (otro sabio que se encuentra Dionisio) termina diciéndole al chico “Ahora ve con Dios”, conciencia, ¿dónde está el bien? ¿Y el mal?
                   “Eran las ocho de la mañana, y sereno… Muy sereno: ni la hilacha de una nube rompía el rigor ático del cielo, su uniformidad, su elegancia, su transparencia, su tersura. Así debiro de ser, pensó Dionisio, el alba del mundo. Así, como yo me siento, debió de sentirse Adán cuando por decisión divina emergió de la noche de la Nada y se sumergió en la claridad del Todo”, muchas mañanas de sábado o domingo, cuando abrimos en aquellos días la persiana y vimos un azul recién pintado en el cielo, algún pájaro nos saludaba sin él saberlo, con un canto fugaz y divino como el azul del cielo, nos hizo sentir todo eso como a Adán, no como a dioses, sino como al primer hombre.
         “Dionisio, además, era aún demasiado joven para rendirse a la evidencia de que los medios de información nunca dicen la verdad y de que la libertad de prensa es una utopía lanzada por los ilusos y un señuelo hábilmente manejado por la hipocresía democrática para lavar los cerebros de sus súbditos”, no sé dónde quedó todo este sano pensamiento, “un puño y una barba eran… nada más que papel” (gracias Calamaro), y el abrazo al liberalismo económico ha sido otro timo más.


         “Y así supo el viajero – inescrutables son los caminos del Señor – que la hora del recreo en el patio de la escuela de la vida tocaba a su fin y que de un momento a otro, con la grave y dura responsabilidad de la madurez tapándole las vergüenzas como una hoja de parra”, y otra vez Adán, de Durero por ejemplo, recién bañado en un río, porque ese hombre delgado de los Países Bajos sale de un río, mirad sus pies, va caminando con cuidado de no clavarse una china en la orilla de tierra lavada al lado del agua, de la que acaba de salir, ser un hombre nuevo “para ponerse de largo, incorporarse a la fila y entrar en clase”.