El ocho de agosto de dos mil catorce terminé este libro (por llamarlo de alguna manera), Mis Paraísos Artificiales. No es un libro "de esos que se compra el señor que trabaja en el banco y lo lee por la noche", como diría el propio Umbral de su (nuestro) admirado Ramón Gómez De la Serna. No es un libro en el sentido que tiene hoy leerse un libro, porque aquí hay una libertad que no le podemos exigir a casi ningún contemporáneo. Por supuesto es un libro, ese objeto de papel en supuesto peligro de extinción, pero que se mantiene, y que se rebela y que ahí sigue a despecho del desdichado pirateo del libro electrónico. En uno de esos vídeos de los "muchachada" saldría el libro electrónico descojonándose del de papel, por viejuno y pasado de moda.
¿Qué es entonces este libro de Umbral?, al año de leerlo... "Está bien acumular experiencia, acumular erudición sobre Cervantes [...] a condición de saber que eso no sirve para nada. La erudición sobre los virus puede que sirva de algo al médico. La erudición cervantina no le sirve de nada ni a Cervantes", lo mismo que él cuenta en el libro, divagando tan bien como lo hacía, nos sirve para explicar por qué leemos a Umbral, sobre todo en este tipo de libros, que no tiene un recorrido, un hilo conductor, como no sea él mismo y sus ocurrencias, ocurrencias que luego hay que ponerlas por escrito y mantengan a alguien sentado o tumbado boca abajo pendiente iluminado por un paciente flexo, en este mundo de la prisa y el ruido.
"De una sola cosa sirve todo eso a quien no se dedica profesionalmente a ello: de conocimiento lírico". Bueno.
Y luego las verdades, "a cierta edad, hacia los treinta y tantos (cuando moría el hombre primitivo que en el fondo seguimos siendo) se muere uno en secreto, deja de descubrir cosas, y lo que viene después ya todo son repeticiones, más libros, más mujeres, más viajes, más amigos, el eterno retorno de las mismas cosas de siempre, el círculo cerrado, que es la costumbre del infinito", se le olvidó decir que la búsqueda de la sorpresa de cada día es lo que salva al hombre, la mirada del niño.
"Estoy, como dice Eluard, "entre la vejez de las calles y la juventud de las nubes". Ni siquiera estoy seguro de que estas nubes sean jóvenes. Me parece recordarlas de otro sitio. Son como señoritas culonas vestidas de gasa", ¿por qué me gustarán tanto esos escritores que escriben lo que nosotros sentimos una vez, conduciendo aquella tarde con las nubes en rosa y azul, pero que luego nosotros en el escritorio delante del papel o la pantalla del ordenador no sabemos explicar ni explicarnos de forma escrita?
Yo creo que ya puedo reconocer que leo a Umbral porque parece que ha salido de su tumba, se ha quitado de cuatro manotazos, elegantes, pero manotazos la tierra del sepulturero, y más vivo que nunca, con su traje de dandy nocherniego, se ha sentado conmigo en casa, un café cada uno y me está contando las cosas que vienen en el libro, "Porque hay escritores -algunos, muy pocos- que llegan a incorporarse a nuestra vida, a circular por nuestra sangre, y sus libros son una extensión de nuestra biografía".
Así como la pintura, descanso de cada día, exaltación cotidiana de salirnos un poco de los márgenes, "También puede ocurrir con algún pintor. Los cuadros de Goya, de Marc Chagall o de Solana pueden ser ventanas de luz que se abren eternamente en nuestro día, que dan siempre una luz oblicua, amarilla y fija a nuestra existencia", esa luz... esa luz.
"Yo sé que, cuando en la vida me falla el trabajo, o las amistades, o la salud, o la familia, nunca me van a fallar Oriana Guermantes, Gilberta, Albertine, el barón de Charlus, Saint-Loup, Odette, Swann"... Jim Hawkins, Andrés Hurtado, Eugenio de Aviraneta, Long John Silver, Edmon Dantes, Odiseo, Gabriel Araceli...
¿Por qué sacaba libros Francisco Umbral?, "Por el olor. Se sacan los libros por el olor. Yo he observado a otros escritores y todos huelen su libro, al tenerlo por primera vez en sus manos, y si no lo huelen es porque son escritores sin pituitaria para el oficio, y un escritor sin pituitaria más vale que se coloque en Aduanas", y el humor de Umbral, tan en serio.
"Prefiero los rincones donde se guarda el clasicismo de mi infancia que los rincones turísticos donde se guarda -dicen- el clasicismo del mundo", a cuento de esto, recuerdo cuando vi mi colegio, el edificio antiguo revuelto en escombros a ras de suelo, para hacerlo nuevo, comprendí muchas cosas ahí, la primera eso de que la vida va enserio de Biedma. Pero es que también es una vuelta a la infancia ir a ver las ruinas homéricas en esas ciudades inventadas y reales, ficticias y de piedra, por aunque queden cuatro columnas y tras trozos de mármol desperdigados por el suelo, desde la vuelta a la infancia al asombro que es leer la Odisea, estamos también dándole a aquel rincón turístico nuestra impronta, la estamos reviviendo nosotros, no nos hace falta más.
Más vale quedarse con consejos de estos, "Uno tarda en descubrir el pasado. En descubrir que todo está en nuestra vida y que sólo a partir de ella se puede crear", estos consejos, que no sé porque los apunto por aquí. Sí, ya sé que esto no lo lee nadie, pero por si acaso estarían mejor guardados en el puño de uno.
Y por fin, el fin, la finalidad, que nunca es la que creíamos, "Quiero decir que adonde llega uno no es nunca adonde quería llegar, sino a otro sitio. Quiero decir que el escritor siempre iba a ser otro escritor, pero la vida, los amores, el trabajo y las llamadas telefónicas le convierten en otra cosa". Ya, pero usted estuvo en el atril dorado del premio Cervantes, y el Nobel no se lo dieron porque hay apuestas que no puede hacer un nórdico para que no lo tachen de loco. No era para tanto, ¿o sí?