viernes, 27 de julio de 2012

TRILOGÍA DE MADRID 03/ Los cuerpos gloriosos (Francisco Umbral)

       
          En una entrevista que le hace Sánchez-Dragó en el extinto programa Negro Sobre Blanco, sale a relucir lo que en tantas otras sobre tantos otros escritores de prosa lírica: los principos poéticos del escritor, "Me queda el recuerdo de sus cestas de dátiles, como una cesta de besos", cuenta Umbral aquí, aunque no creo que le gustara que se dijese de él que aquí contaba nada, mejor diré que, esta poesía encerrada en la prosa literaturiza el papel de la Trilogía de Madrid.

          "Rafael Alberti vino después, sí, claro, mucho después, cuando ya la Historia, como he dicho, había hecho su relevo de armas y su cambio de centinelas entre Madrid y El Pardo, entre Madrid y El Escorial, entre Madrid y La Zarzuela, entre Madrid y Cuelgamuros", así literaturiza, también, en pocas líneas, el paso de Franco a lo que vino después, parece fácil... No, esto es alguien que estuvo en la calle tragando papel de periódico, emborrachándose de tinta de periódico, comprendiendo, asimilando todo, más las lecturas. Ahí está parte de nuestra compleja Historia de transición, en pocas palabras, genialmente condensadas en imágenes poéticas, claras, como fotos lúcidas, explicando las vueltas y los regresos a las Españas de los Albertis, las Dolores Ubarruris y los cambios de centinela, del de occidente a otros. Otros.
          Y esto me hace preguntarme si no será uno más de los pecados de Umbral que lo hace incomprensible al resto de lectores, el hablar de personas, sitios, hechos, como periodista demasiado del momento. A ver si me explico: pongamos por ejemplo una leyenda de Toledo. Suelen estar escritas en el XIX, o en los años primeros del XX, que también son XIX o decimonónicos. Hablan de caballeros medievales, o personajes pintados por El Greco, o sargentos napoleónicos, y cuando las lees de Bécquer o te las cuenta alguien con el romanticismo en las venas, te crees al personaje, conoces al personaje. Y sin embargo cuántos personajes que salen por aquí caminando en las páginas de esta Trilogía de Madrid, siendo tan cercanos en el tiempo nos son ajenos (a no ser que tengas internet cerca y te vayas informando como el menda). Y claro el Romanticismo con su crudeza madrileño/macarra/dandy que quiere imprimir no casan, no son casanderas, así que Umbral es romántico, pero no escribe como los románticos, le mata y le salva el periodismo, porque Bécquer ya está inventado, nacido, escrito, y muerto prematuramente pero para los siglos de los siglos.

          El cinismo o Umbral, el juego no entendido del escritor que coge a personas y las convierte en papel, "disociar el mundo real del mundo escrito, pasa en quien escribe mucho. El ente escrito, aunque esté recién tomado de la realidad, es ya asunto de la prosa, no de la vida, de modo que puedo saludar conmovido hasta las lágrimas a quien acabo de insultar en letra impresa", el mundo no entendió a Umbral, pero tampoco él entendió al mundo, no comprendía que la gente se enfadara por lo que él escribía de ellos, pero luego guardó rencor hasta su muerte a todos los que no le reconocieron enseguida o no le alababan sus cuentos, columnas o libros. Y eso es hacer trampa. No puedes hacer creer que te da igual que te lean en la posteridad y luego tener un odio sempiterno (por utilizar sus términos) a quien no te aplaude, "la literatura es un tocado que se ponen las grandes damas [...] Simplemente puede ocurrir que, un día, el tocado, la obra, la literatura, el hombre y el nombre, el escritor, vaya a parar a la sombrerera que no es, o su libro entre los libros del desván, por error. Y ahí termina todo. Mejor así". ¿Por error? ¿Mejor así? infantilismo agudo, pero estos pecados se le perdonan y son simpáticos, porque Francisco Umbral era así. Y quien no entienda esto, nunca va a disfrutar de sus páginas como olas de mares donde merece la pena, siempre, bañarse.

          Una de cine pero no de romanos, sobre Luis García Berlanga, "descubrí esa manera de hacer el cine que tiene Luis, como con desgana, esa blanda energía con que manje a la gente, en el trabajo como en la vida", eso mismo pensé yo viendo El Faro de Alejandría, programa del Dragó, junto a Amparo Soler Leal y Juan Diego, charlando los cuatro sobre la película recién estrenada entonces París-Tombuctú, donde falsamente parece distraído y sí, como con esa desgana, blanda energía, que tan bien adjetiva Umbral, y... "y quizá lo confiaba todo, luego, a los milagros del montaje. En el montaje es donde el cineasta  se torna escultor, pintor y escritor. Sobre una materia dada, el celuloide o lo que sea, compone un tiempo narrativo, como un escritor, arquitectura una armazón de imágenes, como un escultor, contrapone sentimientos a colores, colores a otros colores, como un pintor", maravilloso desgrane umbraliano sobre el método del director de cine, donde toman forma las artes para hacer el arte nuevo del siglo XX, que luego explicó Berlanga como el complejo de dios en pequeño, de creador chapucero de universos complementándose, y sigue Umbral: "En ese escribir a oscuras, sólo con imágenes, en la sala de montaje, está lo más literario del hombre que hace cine. Lo más literario y lo casi medieval, monacal, monasterial, del oficio", así que este era el secreto mejor guardado del genio sinvergüenza (aquí la palabra sinvergüenza es donde más a gusto la utilizo, que no tiene nada que ver con la otra clase de sinvergüenzas), y esto es lo que explica su actitud desganada, en el programa del Dragó, donde parecía no darse por aludido de lo que allí se decía sobre él, porque todo lo que allí se habló fue sobre su universo de celuloide, y sin embargo no dejaba de tomar notas, nos ha jodido, que qué bien disimulo eh Amparo, tú pregunta Dragó, que todo me sirve aunque parezca que vengo aquí como a regañadientes... "La última de las bellas artes, el arte de nuestro siglo, tiene, así, mucho de libro medieval iluminado, de texto enriquecido por la marginalia", la marginalia tanto sirve para denominar los manuscritos ilustrados medievales como para designar las notas, glosas y comentarios editoriales hechos al margen, y aquí es donde el escritor, Umbral, que empieza de forma chapucera a crear sus universos literarios, lo mismo que Berlanga con los suyos del cine, terminan brillantemente un párrafo, una escena, con este marginalia como ejemplo del trabajo, de la artesanía, del arte, de la última de las bellas artes, para entenderlo perfectamente pero desde el juego literario, único de la prosa de Umbral, anárquico y brillante del montaje de Berlanga.

          Me gusta la parte del libro que habla de las dos personas que fueron sus mentores, sus impulsores, la tabla de Robinson que todos necesitamos en el momento de la duda, del naufragio, esa mano en el precipicio, la misma que abre puerta a luces antes no vistas; a saber: Fernando Lázaro Carreter y Francisco Yndurain, "Fernando, aparte de un sabio, es un hombre que he conocido a tiempo", he conocido a tiempo, ¿qué tiempo?, sobre todo el de Umbral, "estaba yo de vuelta de dos pasiones: la pasión del decir cosas y la pasión de vivir. Fernando me descubrió que la literatura vale por sí misma, que la literatura es generadora de contenidos, como me gusta decir a mí", vuelve a defender la literatura por encima de todas las cosas, ideologías, religiones, "Fernando Lázaro vino a poner argumentación y abrir caminos a mi vieja y secreta convicción de que escribir es escribir", sólo por estas 20 palabras juntadas, ni dos docenas, y algunas repetidas, colocadas tan bien, merece la pena leer este libro, quien abre caminos con su ímpetu a viejas convicciones de uno, ya está encima de un pedestal de nuestro santoral laico particular, "y no me ha abandonado nunca la sombra atenta, larga y crítica de Fernando Yndurain, que le dio seguridad a mi insegura juventud y me garantizó también, con su sobriedad entre erudita y cordial, el poder y el valor de la palabra como valor de uso y valor de cambio", aquí vemos una especie de maestro un poco medieval, un poco romántico, un poco aséptico, con vocación medieval otra vez digo, o eso me llega a mí, "la palabra vale para usarla y vale para intercambiarla por otras palabras. A este intercambio es, sencillamente, a lo que llamamos cultura".

          "Ángel fieramente humano es , sin duda, el libro más importante de cuarenta años de represión, años en que sólo la poesía era o parecía más libre que otros géneros", descubrí tarde a Blas de Otero en aquellas tardes de Illescas, cuando a la salida del colegio no tenía que corregir exámenes y me gustaba perderme en los dos o tres pasillos de la breve pero necesaria biblioteca de pueblo nuevo para mí, con su soledad, sus cielos de serenidad azul y de rojo acuarela barata y por tanto más valorada, hundiéndose con el sol allá, cuando salía de la biblioteca, y de nuevo la soledad del piso me pedía la lectura como vicio/necesidad, "y por eso de la libertad, en la poesía se experimentaba, y Blas luchó siempre con su verbo, hizo levantamiento de piedras -era vasco-, con las palabras, y le dio al castellano la violencia y la austeridad de su raza original no romanizada", lo descubrí tarde aunque con Blas de Otero creo que nunca puede ser tarde, no es verdad lo que se dice que las lecturas más importantes son las de los primero años de lector, como mucho hasta los 16 ó 18 años. Siendo importantes, también más allá de esa edad hay que cultivar la capacidad de emocionarse, no histrionizar ni engañarse, pero ver dónde hay palabras como las de Blas de Otero para poder mirar el cielo en La sagra, en Illescas, y ver en el azul último de la tarde la libertad que agitaban sus palabras.  

jueves, 26 de julio de 2012

TRILOGÍA DE MADRID 02/ Los alucinados (Francisco Umbral)

          A fuerza de ser borde es entrañable, a fuerza de ser antipático nos cae simpático, en sus letras... y sin embargo fuera de sus páginas cuánto daño le hizo el minuto y medio de televisión con la Milá, he venido a hablar de mi libro, he venido a hablar de mi libro, qué quieres decir de tu libro, y la cámara del cámara gracioso y oportuno enfocando al público despichándose, el público que no se había leído ningún libro de Umbral, el público que se ha quedado, que nos hemos quedado con la imagen de un hombre vestido a la antigua, creyéndose dandy cuando ya se había pasado eso, un muñeco de cera escapado del Museo de Cera de Madrid, la mirada triste, perdida y ciega, una estatua viviente, creándose un personaje que le hizo mal a sus propios libros, que son buenos.
          Cuántas horas de lecturas: Torres Villarroel, Quevedo, Larra, su queridísimo Valle-Inclán, cómo le gustaba llamarle Valle, Lorca, Cela, Miguel Hernández, "los grandes escandalosos de la literatura española". Cuántas horas delante de su Olivetti, a lomos de la Olivetti, como barca de capitán Ahab, contra todo y contra todos, hasta cuando escribía bien de alguien.
Todo perdido por ese minuto y medio, y en el fondo... qué buen escritor. Desde esta celda imaginaria, celda de Castillo de If virtual, quiero brindar imaginariamente con tinto vino peleón y un trozo de tortilla, también imaginado, en esos barrios imaginados junto a Lola Machado, y allá en el fondo del horizonte madrileño, por la tarde, cuando el cielo de Madrid iba adquiriendo "el color homérico del vino", brindar por esta trilogía indivisible de los madriles del Umbral.

          Que más da que hoy las miles de páginas de papel ardan por un minuto y medio de risa floja frente a youtube. Ahí están los libros, rotundos, gratis en las bibliotecas (es increíble la cantidad de volúmenes umbralianos que pueblan el poblado añejo de las estanterías públicas).

          Yo no quiero descubrir a Umbral, se descubre solo, él solo, y un lector solo también, en su soledad de soledades construía, o divagaba, o jugaba, yo qué sé cómo lo hacía pero era un inventor chapucero del momento genial. Chapucero por su desparpajo, por su probar y probar, jugando con las palabras, chapuzas entrañables, chapuzones en los mares del castellano.

          "La manera natural de pensar (de no pensar) es escribir, y de ahí la virtud salvífica de las lenguas, que son de fuego no por ningún privilegio apostólico o cristológico, sino porque el hombre que escribe se realiza incluso físicamente (se escribe con todo el cuerpo), mientras que el hombre que piensa o cree pensar, no hace sino tejer para sí mismo una trampa para su elefante interior".
          Es muy generoso (es generoso Umbral) escribir esto, da todo en cada libro, más allá de que sea bueno o malo (arriba yo mismo he puesto erróneamente que sus libros son buenos), lo que salva a Umbral es poner en negro sobre blanco todos los retorcimientos de recuerdos, deseos, con un sedimento verdadero que parece verdad y que no sabemos si son verdad, pero intuimos dónde está la verdad de sus libros.

          "Partir no del pensamiento propio, sino del lenguaje general, de un idioma, es, aparte un acto de humildad intelectual, un camino seguro para tejer algo con un hilo del tupido tapiz de los saberes y pensamientos que, referidos al idioma, llamamos etimologías. Mi estilismo era entonces y ha sido toda la vida, no un esteticismo, como creerían los críticos que se mueven entre la solapa del libro y la solapa con fideos de su chaqueta, corto espacio mental, sino un humilde acogimiento a lo que está bellamente codificado".
          Hoy en múltiples actos culturales emborronan carteles, y dicen hasta la náusea, lo de Borges que se sentía más orgulloso de los libros que leyó que de los que escribió. Aquí Umbral está diciendo lo mismo, mejor dicho, más a un estilo de De la Serna.

          Es entrañable (otra vez) cuando habla de su cuarto, cubículo madrileño de lecturas, de escapatoria en la propia celda (otra vez la palabra celda a relucir), generoso en hablar de las fuentes en las que saciaba su sed lectora, sus lecturas como agua fresca de fuente de calle vieja, de piedras viejas, cayendo en su mente, refrescándose en las palabras viejas despojándolas del tiempo que son las que más refrescan y agitan nuestra soledad secarral: "Como único tapiz del cuarto/monasterio, el idioma, los mil hilos del castellano, hilo femenino y grato de Teresa - <<estando yo enemiguísima de ser monja...>> -, hilo de oro oscuro de don Francisco de Quevedo, gran señor de todas las germanías, hilos barrocos y brillantes de Vélez, de Rojas, de Torres, hilo romántico y sangriento de Larra, hilo bordado y desgarrado de Valle, hilo rizado de Ramón".

          Lo más importante y lo más difícil de tener o conseguir era el carisma, cualidad esquiva y huidiza cuanto más se busca: "El carisma es esa aureola de los santos que uno gana en vida mediante los pecados profesionales, personales y políticos. [...] Yo sabía cómo conseguir el trabajo, el dinero, la profesionalidad, cierto renombre interno al oficio. Pero el carisma ¿cómo se conseguía? Me imaginaba sin carisma por siempre, opaco y tenaz, laborioso y marengo para toda la vida, echando mi propia sombra sobre todo lo que escribiera. Y yo lo que soñaba era el carisma como una aureola de santo del Infierno...".
          No sé. El carisma estaría valorado antes de los ochenta, justo antes de la edición de este libro, pero hoy el carisma es un periodista sin título con un micrófono rojo en la mano, un concursante de un concurso de entrar en una casa y no hacer nada por sí mismo sino para el escaparate hacia los demás, de gentes y gentes que por haber pasado la puerta roja de la fama que tan bien explicara con esta metáfora el hoy aburrido Boris Izaguirre, son ya nada más que eso: fama y carisma de todo a cien, de todo a un euro, el carisma que tan ansiadamente buscaba Francisco Umbral posiblemente lo encontrara en la soledad del cuarto/monacato/fiesta del lector empedernido, silencioso, opaco y tenaz que en un cubículo parecido al del escritor, encontrara otro hilo color plata sucia más del castellano, sí la suya, Don Francisco, si me permite, la literatura en plata y mugre y que el tiempo, y sólo el sabio tiempo, pondrá en su sitio de pedestal, más allá de aduladores o despichantes por aquel minuto y medio, que ahora a mí, hacen que me ría de aquel público que se despichaba. Aunque más bien no, que se fastidien los que se ríen, sólo puedo sonreír tristemente por todas las páginas que se van a perder de un carisma laborioso y marengo, argento y claro, madrileño y turbio. Bendito sea Francisco Umbral.

lunes, 16 de julio de 2012

ZALACAÍN EL AVENTURERO (Pío Baroja)

        
          Muchos estudiantes de secundaria van a tener que leer El árbol de la ciencia, o no leerlo y pedir prestado el trabajo que les manden en el instituto, o buscar algo así por internet para presentar en clase. Y cuánto se van a perder... si se queda ahí la cosa con Baroja. Es significativo que dos autores españoles tan distintos, Benjamín Prado y Francisco Umbral juzguen tan a la ligera a Baroja. Uno, Benjamín, en Mala gente que camina nos lo presenta como alguien oscuro que estuvo de acuerdo con Franco (no es Benjamín directamente, es un personaje de la novela, aunque no tengo tan claro si es coincidente), y el otro, Umbral, sólo le faltó pedir que se quemaran los libros en una plaza. Además interpreta un tipo de literatura como galdobarojiano, que yo no sé si academicamente esto es así, es decir, que se pueda sintetizar una categoría literaria por su parecido como galdobarojiana, pero como lector no lo encuentro. Tal vez el estudio frío de ambas prosas, pueda dar lugar a decir con una grave condescendencia: son realismo, puro y duro. Bien. No me interersa esto nada. Si quisiera leer o estudiar teoría de la literatura, el metalenguaje y otras hierbas, no iría a la biblioteca a buscar lecturas, iría a buscar teorías.

          Me gustan los dos. Me refiero a Umbral y a Prado. Y también a Galdós y Baroja. Los cuatro. Pero me gustan los dos primeros cuando escriben sin hacer juicios gratuitos de valor. ¿Qué puede que tengan razón en ellos? vale, pues la razón para ellos, pero sería lamentable que un chico de 16, 20 o 25 años por leer en uno que Baroja era un no sé qué ideológico, y en otro que es que lo de Baroja no es literatura, se pierdan libros como este Zalacaín El Aventurero, entreverado con las guerras carlistas en el norte, o ellas como vetas cruzando por él, sin solemnidades y con mucho saber de lo que se escribe, y por cierto muy crítico con los carlistas, sobre todo poniendo en relieve constantemente la mediocridad de los jefes. Al final este libro, sí, es un libro de aventuras como promete el título. Y algo más, pero para eso hay que leerlo, para meterte en un pueblo oscuro con gentes oscuras tabernarias con el cielo gris, y entre toda esa grisura ver brillar como la pequeñísima parte de una moneda enterrada en tierra, a Zalacaín El aventurero.

jueves, 12 de julio de 2012

TRILOGÍA DE MADRID 01/ Los Tranvías (Francisco Umbral)

          Hay momentos cada día, todos los días, que andando por la calle, subiendo unas escaleras, trabajando o en el coche se le ocurren a uno ideas que le gustaría escribir pero no puede, no lleva papel, ni bolígrafo, va conduciendo, y se fastidia porque esa idea, que para el resto del mundo puede equivaler a un papel sucio y tirado que envolvía una hamburguesa y ahora adorna una cuneta de carretera autovía, para uno, esa idea es parte imprescindible en la literatura universal, de hecho, que no pueda escribirla lo considera una catástrofe, como papiro que se quemara para siempre de la biblioteca de Alejandría, pavesa que ves perderse más allá de la luna del coche y que jamás vuelve en la forma que debería ser escrita, cuando llegas a casa a por papel y bolígrafo las musas se están cepillando a otro. Umbral, Francisco Umbral, tiene la capacidad de poder escribir de corrido y bien engarzadas esas ideas, no produciendo más que literatura. Esa es la parte buena. La parte mala es su juicio y prejuicio, que empezó en nada y poco a poco fue todo, ordinario y muchas veces de órdago sin reyes ni treinta y una, cuando Baroja siempre te gana con tres ases a los pares, porque tú llevas dos reyes y un caballo, y en los pares, te gana. Y a veces con la real, de postre.

          "El creador más radiclamente creador no es sino un intérprete afortunado, un virtuoso del instrumento que le esperaba: paleta, música o idioma. [...] 
          Lo que pulsa Quevedo no son sus temas, sino ese instrumento, ese aristón enorme y delicado que es el castellano."

   

sábado, 7 de julio de 2012

LA LUZ DEL GUERNICA (Baltasar Magro)

          Junio de 2011. Madrid. Parque de El Retiro. Feria del libro. Paseo mirando libros. Hace tiempo que la feria de "libros nuevos o novedades editoriales" no me entusiasma como lo hacía al principio de visitarla hace algunos años, sobre todo después de conocer el libro de viejo, o de lance o antiguo. Voy llegando al final de las casetas por la parte norte y me paro en medio de la calzada de la feria, a punto de irme, cuando me fijo en un hombre con la mirada entre seria y escéptica, tranquila, sin ansiedad, me suena la cara, es el hombre del Informe Semanal, el que luego haría también un programa de entrevistas, y recuerdo especialmente la realizada a José Luis Sampedro (BM preguntaba al sabio: "¿Qué le queda a usted por hacer", a lo que contestaba JLS: "morirme"). Desde que leí La Sonrisa Etrusca admiraba a Sampedro, luego me gustó mucho también el libro de conversaciones entre él y Valentín Fuster La Ciencia y La Vida, sobre la vida y la muerte, la memoria y el futuro, la educación y nuestra sociedad, el corazón físico y el corazón pasional enorme de los dos...
Sin embargo en el junio del año pasado yo no sabía que BM era escritor, y si por una parte había algo que tiraba de mí hacia la caseta donde se encontraba firmando libros, por otra nunca me ha gustado adular a alguien conocido por el mero hecho de serlo, cosa que tampoco era cierta en él ya que su discreta fama se debía a actividades con cimientos intelectuales... pero no era suficiente, no hubiese actuado con honestidad acercándome sin haber leído ninguno de sus libros.

          Pasó el tiempo. Gracias a internet supe de sus libros, de su intervención en cuarto milenio hablando del creador de ingenios y no artificios, y busqué algo que leer de él. Así fueron pasando por mis manos y mi imaginación La hora de Quevedo, El Círculo de Juanelo, En el corazón de la ciudad levítica... Es decir que estuve en La Mancha en los días finales del excesivo y genial poeta, en el Toledo de Covarrubias o Turriano y hasta me hice pasar por Giacomo Casanova cerca de san Juan de los Reyes.

          Entre todo eso me registré en una red social muy conocida un poco a regañadientes, pues me molestaba tener que estar pendiente de algo en lo que no creía. Por contra, gracias a eso me di cuenta de que alguien había colocado en el muro de BM de dicha red social los comentarios de mi blog que hacían referencia a sus libros.

          Y llegó la siguiente feria del libro de Madrid. Junio de 2012. Un Domingo nos llamaron unos familiares que si íbamos a Madrid a ver libros y tal. No teníamos muchas ganas, pero hicimos un esfuerzo y para allá que fuimos. No había visto cuándo firmaban los autores que me interesaban, y por tanto no tenía ni idea de quién firmaba. Cuando entre la multitud, allí estaba: BM firmando su nueva novela de la cual había visto el vídeo de promoción donde el autor habla de la obra y visita el museo Picasso de Barcelona. Y lo compré y hablé con él, y me lo firmó y me puso una dedicatoria que no olvidaré nunca.

          El Guernica es un cuadro sobre el cual siempre había tenido mis reticencias. Por una parte me asombraba el poder de atracción que ejercía sobre mí cuando iba a verlo, pero por otra veía una utilización política del mismo desde que tenía uso de razón. Era como una obra "que había que ver obligatoriamente", y yo las cosas obligatorias las llevo mal, muy mal. Es como la sala del Museo del Prado donde cuelga El Jardín de las delicias. Siempre había una muralla de gentes mirándolo, y un día me fijé un poco a hurtadillas si esas gentes luego se quedaban más de un minuto, en la misma sala, observando El Carro del heno o La Adoración de los Reyes Magos del mismo autor, El triunfo de la muerte de Brueghel el Viejo, o La Laguna Estigia de Patinir... y no, la mayoría ni un minuto ni más segundos de los que se tarda en ir paseando por delante, como cuando en un buffet libre la gente pasa delante de bandejas y no sabe que coger, qué consumir.

          Fiándome de BM, visité dos días el cuadro y todo lo que lo rodea en el Reina Sofía: Vídeos sobre la Guerra Civil de la Filmoteca Nacional, la película documental de Basilio Martín Patino Canciones para después de una guerra, las obras de Picasso de justo antes y justo después de pintar El Guernica... y ya no sé si me dejé arrastrar por el libro de BM o si realmente me empezó a impresonar sinceramente el lienzo, pero no había vuelta atrás, cuando lo miraba fija y obsesivamente, y lo recorría una y otra vez en su propio movimiento o me quedaba pensando en la flor esa que surge de la empuñadura del guerrero y fabulaba yo sobre el significado de todo eso... vi que no, que el paso estaba dado.

          El primer riesgo y también acierto del libro es la inclusión de dos ilustraciones en su interior: El Guernica entre la parte interior de la portada y la guarda; y Los desatres de la guerra de Rubens en el mismo sitio pero al final. Y creo que es un riesgo porque une definitivamente a los dos cuadros, y también un acierto porque para mí ha sido importante esa relación. Dicen que todas las obras, las canciones, los libros,  los cuadros, no deberían tener explicación, que deberían sugerir o decir directamente un mensaje, algo, lo que sea... pero es que en el caso de El Guernica podríamos decir que sí pero no. Sí porque el cuador mismo sin información adicional de ningún tipo es ya "una descarga de blancos, un relámpago, un estrépito" pero también no, porque es un encargo, porque tiene un motivo y porque Picasso tuvo una gran presión durante la gestación y realización del mismo, y él era alguien por lo que se ve en la novela muy libre en su forma de vida y en su forma de crear. Y todo lo que rodeó el proceso de creación influyó de una manera u otra en su composición final. Sólo hay que ver en el libro Guernica de Juan Larrea qué diferente fue el primer amago de composición estructurada y el cuadro que vemos hoy para darse cuenta de la importancia de lo que decimos.

          En el libro La Luz del Guernica BM vuelve a meterse en la piel de alguien del pasado como hizo con Quevedo o con el Caballero de Seingalt, dejándote una sensación de facilidad en el intento, pues el lector mismo se convierte en Picasso allá en el granero de Grands-Augustins, en su incomodidad al agacharse o en su ensimismamiento ante la brújula abierta que un pasajero se dejó en el tren donde también iba Picasso y cuyas vidas se bifurcarían y discurrirían de modo tan distinto.

          "El arte pictórico, en su mayoría encuadrado en un espacio rectangular, condensa un poema expresado con palabras pintadas, como comentó nuestro querido Paul Éluard con gran acierto. Cada persona debe intentar descifrar esas palabras, leer y descubrir lo que transmiten las imágenes con sus propias experiencias, y es aceptable cualquier lectura" dice Picasso en el libro. Parece que nos hace falta leer esto a BM disfrazado de Picasso para dormir tranquilos ante nuestra lectura subjetiva de esto o aquello, de no seguir al rebaño en opiniones ni gustos, o sí pero cuando creamos de verdad hacerlo. Cuando digo disfrazado me refiero al disfraz del teatro, que por eso vamos a verlo. Sabemos que es mentira, pero el arte es cuando te lo crees por obra, gracia y sacrificio del artista.

viernes, 6 de julio de 2012

TRISTANA (Benito Pérez Galdós)

     Empieza cómicamente el libro describiendo al peculiar Don Lope Garrido como si fuera un Don Quijote del XIX, y tal vez por una casualidad o porque ésta rara vez exista, Fernando Rey interpreta al hidalgo manchego junto a Sancho Landa, y también hace de Don Lepe bajo las órdenes de Buñuel.
     Lo único que me ha resultado un poco pesado son las cartas entre el señó Juan (Horacio) y Paquita de Rímini (Tristanita), que es cómo se llamaban cariñosa e idealmente los amantes en las cartas; aunque entiendo que BPG retorciese mucho la cursilería epistolaria para que el abrumador desencanto posterior fuese aplastante para el lector.
     Sólo un director como Buñuel pudo haber dejado una película que guardase para todo el futuro por venir la esencia del libro, como si zarandease la novela boca abajo, cribando lo inservible y fijando de forma tan clara en Fernando Rey a Don Lope y en Catherine Deneuve a Tristana, quizá fría o insulsa la actriz en determinados momentos donde Tristana se enciende, pero que en su conjunto es el personaje femenino creado por BPG.
     Por lo demás es incómodo pensar que el alma del caballero español tenga su modelo en Don Lope Garrido y que, al final del libro se vean virtudes de constancia (en mantener todas las comodidades para su hijita) o valentía (cuando aguanta en la habitación todo el tiempo durante la intervención médica), e incluso Galdós transmitiese más allá de las palabras cómo ha de ser un caballero como Dios manda, aunque parezca un muñeco de cera sacado de un baúl antiguo, lleno de telarañas, armaduras y espadas de la época de la Reconquista (que por cierto es con toda esa parafernalia con la que se disfraza Don Quijote).
     Tal vez y finalmente sintiesen algo parecido a la felicidad Don Lope y Tristana, tal vez BPG destapara los sueños del caballero español, como el que abre un arcón de esos que amueblaban los caserones antiguos castellanos, y de ahí surgieran estas páginas. Tal vez.

FLOR DE MAYO (Vicente Blasco Ibáñez)

     Delante del cuadro  "Aún dicen que el pescado es caro" de Joaquín Sorolla comprendes que más allá del afán dramatizador que empleaba Blasco Ibáñez sobre la baja sociedad como agitador social en sus libros, exixtió esa lucha por el pan, también la resignación que hay ante la dureza de sus vidas en las caras de los dos ancianos del cuadro y la actitud del tío Batiste ante la tormenta en el mar que amargamente relata el libro.
     Por el libro pasan las vendedoras de pescado, los tartaneros, los pescadores, las escenas sorollescas a la orilla del mar mediterráneo y valenciano que endulzan un poco el ambiente cargado que describe VBI, nos pinta en sus páginas escenas que acababa de ver en las madrugadas cuando gustaba pasear por allá y descansar del periódico al que dedicaba casi las veinticuatro horas del día, y en esas breves escapadas para airearse miraba el horizonte azul e infinito y respiraba la libertad que sugiere la inmensidad azul y el horizonte divino que llenó de dioses las cabezas de antiguos marineros griegos, romanos, y todas las gentes que habitaron un mar lleno de tragedias. Tragedias que al apartar la mirada del mar y ponerla sobre las gentes que formaban el friso de personajes con las que poblaba sus novelas, allí las tenía, brutales pescadoras viejas que se las sabían todas, jóvenes pescadoras abocadas a una vida de sacrificios por cuatro reales y con la única esperanza de dar con un hombre que nos las tratara demasiado mal, pillos que aprendían todo, desnudos por los roquedales de la escollera buscando caracolas, los que pintaba tal cual los veía Sorolla, los que describía también directamente VBI.
     Después de leer Flor de Mayo, entras en pleno Mediterráneo en la calle General Martínez Campos, en el centro de Madrid, donde vivió la familia del pintor, y te reencuentras con Tonet y Pascualet de niños, la siñá Tona y su Roseta del carabinero huido, te encuentras con los relatos de aquellos amaneceres que le cogieron sin dormir a VBI en las pinceladas gruesas y cogidas a la brisa del mar de JS.