martes, 12 de julio de 2016

SED DE CHAMPÁN (Montero Glez)

     


     Leído en la edición de "Algar. Taller de Mario Muchnik". En la contraportada podemos leer "Montero: lo mejor de tu novela es el estilo" (Fernando Sánchez Dragó), junto con otro comentarios alabando la obra. Posiblemente si nos ponemos muy críticos con Montero Glez tenga razón el Dragó, que queda el estilo, porque la historia, estando bien tejida, tiene huecos, o partes poco creíbles.

     No es poca cosa que quede el estilo, y no voy yo a escribir en este humilde blog sobre si existe el estilo en literatura o no; para mí la manera en que un escritor va dando forma a sus libros es el estilo, entiéndase esto con más o menos rigidez. Pero el estilo de Montero Glez, chulesco, directo, rico en expresiones castizas pero dándoles giros no previstos, es lo mejor (sí, Dragó) de su libro Sed de Champán.

     La historia tiene mimbres y globalmente te la puedes creer, pero luego hay un par de trozos, que desentonan con la historia general, o historias entrelazadas. Hay un par de descosidos: uno es la parte del taxista; me reí mucho, pero observando esa parte en el conjunto, que es serio y violento, no sé qué pinta ahí. Y la otra es el final. El final de Charolito. Parece que el escritor quería terminar la obra en esas últimas páginas. 
Luego, tampoco me gustan las variaciones de perfil del malo malísimo Flaco Pimienta, según avanza el libro. De malo malísimo, a malo mediocre. Y cansa ya tanto argentinismo; si bien al principio tiene mucho ingenio Montero para dotar a la prosa de fuerza, de color albiceleste canalla, con esos comentarios entreverados, luego se convierten (convierten al Flaco Pimienta) en caricatura, y eso es lo malo, o lo que a mí no me gusta del libro, que muchos personajes se convierten en caricatura.

Buen libro para leer en verano, que podría haber sido un libro imprescindible, para quedarse en un buen libro. Que volvería a leer.


viernes, 8 de enero de 2016

LA NAO CAPITANA (Ricardo Baroja)

       

PERSONAJES

TRIPULACIÓN DE LA NAO CAPITANA
Don Diego Ruiz de Arcaute y Olaw de Christiansand (Capitán)
Villalba (Piloto).
Barroso (Maestre; RAE: Mar. Hombre a quien después del capitán correspondía antiguamente el gobierno económico de las naves mercantes)
Conchillos (Cirujano)
             
RESTO DE PERSONAJES
Rui Gutierre, del Burgo (fue alcalde en Castilla, en el Burgo, y tendrá un papel importante en cierta parte del libro)
Fray José de Aspiazu y fray Antonio Vivanco (frailes mercedarios)
Don Antonio de Sigüenza, su mujer doña Estrella (madrastra de las chicas) y sus hijas Trinidad y Mencía (Familia noble que lleva a las Indias el capitán Arcaute)
María Aldonza Rodríguez La Camisona, Fernanda La Segoviana, La Toletole y La Montoya (gachises que dan zambra al barco).
Zalabardo (el espadachín).
José del Pino (pintor)



          Sólo en  unas pocas páginas que llevo me he encontrado con palabras, que aunque por el contexto se pueden entender sus significados, al buscarlas en el diccionario se nos queda una imagen más nítida de lo que se lee, nos permite componer en nuestra imaginación mejor el mundo que nos cuenta en este encantador "cuento español de mar antiguo", como se subtitula al principio el libro, Ricardo Baroja, hermano de don Pío. Palabras como patulea, tongada, charrancillo, usarcé o chicotazo son más un placer que un fastidio ir a buscarlas al diccionario virtual de la RAE, pues tienen el sabor de un cuento español marino muy antiguo.

          Un pasaje candoroso es el de unos de los pasajeros que justo antes de subir a la nao Capitana quieren despedirse de "esta tierra de las Españas". Posiblemente si no supiésemos quién ha escrito el libro, tendría este tierno pasaje menos tristeza, pero siendo creado por una persona de la generación del 98, y su influencia en los escritores de la época, percibimos la tristeza de esa época. La gran diferencia es que en los tiempos en que está basado el libro es de cuando medio mundo era de esas Españas, mientras que en la época de los Baroja habíamos perdido todas nuestras hojas de laurel en Cuba o Filipinas, últimos reductos de nuestras viejas colonias.

          (Lo que voy a reseñar ahora posiblemente no tenga sentido para la mayoría, pero como tampoco es este blog de aglomeración de lectores, poco importa: antes de partir en la Capitana, el piloto Villalba "requiere el silbato, que lleva al cuello con una cadenita, y da un estridente silbido"; al leer esto, se me ha venido una imagen viva y fugaz de las mañanas que estoy en las pistas con los niños y niñas, en clase de Educación Física. 400 años unidos de repente en mi mente por ese gesto de ir a coger el silbato colgado del cuello, yo para reunir a mis alumnos y alumnas en el centro de la pista de baloncesto, el piloto Villalba para irse a las Indias).

          Encontramos ecos del otro Baroja en la buena descripción que nos hace de la vida del capitán del barco, don Diego Ruiz de Arcaute, tal vez demasiado perfecta y falta de ese garbo que tiene Pío que en dos pinceladas es capaz de perfilar a un personaje dándole vida de una forma sencilla pero asombrosa; queda perdonado Ricardo, pues a mí me place la profusión de detalles sobre la vida del hijo de un ballenero, que gracias a la voluntad de su padre, consiguió que su hijo ingresara en la marina real (Parece que el nombre de Diego Ruiz de Arcaute existió en la época, y perteneció a la nobleza de Elorriaga, en la primera mitad del siglo XVII, pero por lo hallado en internet, no tuvo nada que ver con la marina. Imaginamos que el nombre tiene esas resonancias vascas y legendarias de aquel siglo de Oro, que es lo que quería para el libro precisamente el escritor) .
          Tras los apuntes sobre don Diego, nos enteramos de la derrota de la nao Capitana, el itinerario: "desde Sevilla a Valparaíso. Había de subir por el Pacífico hasta Acapulco, donde embarcaría una venerable monja toledana, y atravesando el océano llegaría a Manila siguiendo la ruta de Quirós y Mendaña". (Álvaro de Mendaña y Neyra, español del Bierzo; y Pedro Fernández de Quirós, portugués de Évora, marinos de finales del XVI, que llevaron a cabo importantes expediciones por el sudoeste del Pacífico).

          Es raro que no se me haya venido antes a la cabeza el Museo Naval de Madrid, incluso desde la visión de la portada, con esa acuarela tan bonita de una Nao, pintada sencillamente en una hoja de cuaderno, creemos que por el mismo autor del libro, pero ha sido al leer esto cuando he viajado desde el sillón de mi casa a ese suelo también alfombrado, el suelo del Naval: "Llevaba cuarenta cañones de bronce reforzados con zunchos de hierro, repartidos entre la cubierta y el entrepuente, y una hermosa culebrina a proa, destinada a la caza".

          No podemos saber si la canción levantina ("A ponente... resplandor... Fantineta... viva'l amor...") que se escucha a proa, unida a la salmodia vasca ("¡Urré, urré, sinzaliyoc Cataliña!") que se canta a popa, es algo investigado por el escritor, que se solía canturrear sobre nuestros barcos de aquel siglo, o es un deseo de los tiempos del novecientos de que, con cada singularidad, puedan convivir en un mismo barco, lo que equivale decir en un mismo país, esa mezcla de pueblos que construyeron lo que conocemos por España. Tal vez las dos cosas, intrahistoria a bordo de una fragata del XVII (en el libro el propio capitán Diego de Arcaute dice que no es una nao aunque la llamen así, sino una fragata), y deseos de la generación del 98 por una convivencia entre españoles.

          Llegando a la página 53, ya podemos reconocer el buen hacer de Ricardo Baroja para  traernos a unos personajes inventados del siglo de Oro pero que pudieron perfectamente existir con otros nombres, y meter en el salón de nuestra casa el Atlántico, recién surgida la nao de Sanlúcar de Barrameda, y describirnos una escena en la cual nos encantaría estar; no sé si por el mar o por la señora doña Trinidad, hija de don Antonio Fernández de Sigüenza, el señor aristocrático que lleva en su barco el capitán Arcaute.

          Un guiño a un (suponemos) amigo suyo: cuando se encuentran con más barcos que se dirigen hacia las Indias, el capitán dice que un tal Manuel Gutiérrez de Solana capitanea la galeota armada en corso Santas Justa y Rufina, "tripulada por trianeros, todos bailadores, alegres y buenos mozos". Creemos, o tal vez lo hayamos leído por ahí, que debieron de ser amigos Ricardo Baroja y José Gutiérrez-Solana. Y buscando en google los dos nombres juntos, surge de Wikipedia la biografía de José Gutiérrez-Solana, donde leemos esto: "Se instala en Madrid a finales de 1917, donde además de frecuentar bailes y merenderos, el Museo del Prado y el entonces solitario y destartalado Museo Arqueológico Nacional se hace asiduo de las tertulias del Nuevo Café de Levante, donde alterna con personajes como Ramón María del Valle Inclán, Ricardo Baroja, Julio Romero de Torres e Igancio Zuloaga". Tal vez parezca esto cualquier cosa menos una reseña de un libro, pero por el gusto que tenemos por todo eso que se cuenta, lo dejamos aquí recogido. Más adelante, leyendo sobre José nos enteramos que tiene un hermano llamado: Manuel Gutiérrez-Solana. Así que gracias a internet llegamos más lejos de lo que en un principio pensábamos, van encajando las piezas, los personajes del libro. Asimismo encajaría tal vez un tal Julio Romero, de Córdoba, ..."de los del Potro de Córdoba, adobadores de cuero"..., otro guiño, pues en la relación más arriba expuesta de compañeros de café e inquietudes en Madrid también aparece el pintor Julio Romero de Torres (me imagino cuando quedaran todos en Madrid, una vez editado el libro y puesto en las librerías, leído por ellos, que momentos pasarían con su café y su vasito de aguardiente. ¿Nostalgia de donde nunca estuvimos?).

          Vemos el orgullo de vasco, cuando el capitán dice del timonel que canta en vascuence, "es la canción de los balleneros vascos, que llegaron quizá antes que Cristóbal Colón a los mares de la Tierra Nueva". Bueno, sí, o no. Lo que es indiscutible es la valentía y el saber hacer de aquellos vascos en lo que hoy conocemos por Terranova, pero vamos a dejarle el beneficio de la duda al gran marino (español, mallorquín, catalán, italiano o marciano) Colón.

          Como si la novela fuese uno de esos juguetes de lata, autómatas antiguos, que igual podían ser un cochecillo o un soldado con tambor, le cuesta arrancar, coger desparpajo, vida, pero en la escena (parece una escena, es bastante cinematográfica esta parte) en la que el maestre Barroso y sus hombres de a bordo cazan al demonio (así lo bautiza una vieja mujer castellana que decía haberlo visto agazaparse por el entrepuente, cerca de donde dormían), y el capitán lo interroga, y después el escritor nos enseña las preocupaciones del capitán, porque también ha de castigar al marinero que estaba encargado de la batería la noche que se coló el misterioso polizón; en esa escena, terminando con el bien encarrilado diálogo entre el capitán y Trinidad, vemos ya que el libro alcanza otros niveles, y queda lejos el juguete, el mecanismo del juguete del principio, para irnos olvidando de aquella dulce lentitud y detenimiento exagerado en los detalles (que a uno le gustan, porque ha ido mucho al Naval de Madrid), y cada personaje adquiere consistencia, respiran y laten sus corazones, no son muñecotes de miga de pan.



          Algo de lo que todavía no he hablado y ya es de justicia hacerlo es del rigor con el que describe las maniobras navales, sin agobiar, por lo menos a mí no me lo parece, creo que sabe darle un ritmo al libro entre descripciones del cielo y el mar, intervención y diálogos de personajes, pinceladas sobre éstos y quehaceres marinos.
          A destacar las peripecias entre nuestra nao Capitana (fragata) y el bergantín inglés Fortune's Favourite, "armado por un tal Vaugham y dedicado a la piratería en los mares del trópico" (no sabemos si el armador de este barco fue antepasado del profesor televisivo de inglés). No es sólo la cantidad de términos que utiliza (buenas mañanas se pegaría en el Museo Naval de Madrid, así como investigaciones en libros, que no había internet), sino que sabe desarrollar las escenas, pues como he comentado más arriba parece que estemos viendo una película, y en esta parte es más evidente por la incertidumbre que conlleva el encuentro entre los dos barcos. Todo esto lo escribe uno, que gusta de detalles, claro, porque tal vez si coge el libro alguien que se relame con las exageraciones y sólo la acción y además es de esos boquiabiertos con la parafernalia de los efectos especiales, quizá el libro le sepa a poco. No. Es un libro bien escrito, que cruza varios hilos en la trama para tenerte enganchado, a varios niveles (la batalla, la hermosura de las descripciones, las intrigas personales de esos personajes que se nos van haciendo más reales según avanza el libro... y que nadie venga aquí a nombrar al hermano para comparar, ya hemos hablado de eso antes. Don Pío es mucho Baroja).
          
          Dejaré que sean los lectores o las lectoras en un futuro de este libro quienes descubran qué embarcación vence en la batalla naval que se establece en esos mares del trópico. 
         Al final del libro se va desenmarañando la historia de los distintos personajes que hemos ido conociendo durante la lectura del libro, terminando de una forma asombrosa y un poco rara, pues el epílogo es sorprendente. Ahí nos enteramos de los orígenes remotos de dos de los personajes más misteriosos de la historia.

          
          Iba a recomendar la lectura del libro, pero ya no sé si me ha gustado tanto por el propio libro o por mi simpatía de hace tanto tiempo a su hermano don Pío. Si gustan de los cuentos españoles de mar antiguo creo que disfrutarán vuesasmercedes con él, y pensándolo bien, solamente por poder contemplar en un libro de papel las ilustraciones de Ricardo merece la pena llevárselo a casa.