martes, 23 de diciembre de 2014

LAS VELEIDADES DE LA FORTUNA (Pío Baroja)

   

     Hace varios meses que leí este libro, hoy me he encontrado con él, por uno de los estantes, y he venido aquí un poco a ciegas, tenía subrayadas algunas ocurrencias de este escritor, aunque no sé muy bien ya qué pasa entre sus personajes, que casi siempre es poca cosa. Ni siquiera sé si lo subrayado ese tiempo atrás puede tener algún interés para uno. Hay una trama más o menos soterradamente amorosa entre un hombre que nunca se decide y una mujer que lo ama en un secreto que todo el mundo puede ver. Y con ese frágil entramado, leemos las reflexiones de cada títere barojiano, lo más interesante. Lo que piensa don Pío.

     "La señora del pelo blanco y del gabán de hombre, que había sido, o era aún, profesora, habló del Greco; dijo que algunos afirmaban que era judío; pero ella lo dudaba, teniendo en cuenta los caracteres de la mentalidad de los semitas[...] Velázquez, medio judío".
     En qué fundamentaba Baroja estas cosas no lo sé, pero es verdad que uno de los apellidos de Velázquez, no sé donde leí que es portugués (de Silva).
     Respecto a El Greco, hay un libro de José Sánchez Luengo: "Los enigmas de Domenicos Theotocopoulos" donde se defiende la teoría hebraica del pintor. Sea o no sea, es un libro interesante por todo lo que intenta el autor, y le pasa como a todo el que se acerca al misterioso cretense, cuanto más sabes más quieres saber, sobre todo si la pintura te tiene cogido.

     También incluye Baroja un libro que a él le resultó sin duda interesante en boca de uno de sus personajes, un pajarero que sale de pasada: "Dijo que sentía gran curiosidad por leer la obra de un fraile dominico español del siglo XVII, Ferrer de Valdecebro, titulada Gobierno general, moral y político hallado en las aves más generosas y nobles".

Imagen de https://www.vialibri.net/item_pg_i/486003-1696-ferrer-valdecebro-andr-gobierno-general-moral-politico-hallado-las-aves.htm

     No creo que todo lo que pone Baroja en boca de sus personajes, sean siempre sus opiniones, "Nunca he podido poner un orden completo en mi cabeza. Usted me encontrará seguramente confusionario. Oscilo y vacilo en mis simpatías y tendencias, pero no creo que se pueda fundar una cultura sólida más que sobre el catolicismo". Incluso puede que estas opiniones tan drásticas las supusiera de alguien. Pero por estas cosas lee uno a Baroja. La provocación.

     "Estoy convencido de que somos todos islas inabordables, con acantilados cortados a pico. Cuando alguien me cuenta sus asuntos íntimos, yo finjo interesarme; ahora, cuando en un momento de ilusión empiezo a hablar de mis cosas, noto en seguida la indiferencia de mi interlocutor, hasta el punto de que corto rápidamente mis confidencias y pienso: Ahora también me he equivocado". El que dice esto sí es Baroja, y es cuando nos muestra la filosofía para todos los públicos, lo más sabroso de sus escritos, ni siquiera los paisajes ganan a su claridad de ideas a la hora de hablar de las cosas del hombre, lo que interesa o preocupa a todos y que no tiene una solución sencilla ni en breve.

     "- [...] Hay una época en la vida en que el prójimo nos molesta porque es nuestro rival; luego, ya cuando perdemos esta idea de la rivalidad, más que por otra cosa porque no aspiramos a nada, comprendemos que el prójimo, como uno mismo, no es un ejemplar raro, sino un ejmplar vulgar y corriente de una edición de millones.
     - Sí; todos iguales, pero todos distintos, como las hojas de los árboles.
     - Es verdad".
     De esto mismo se habla en "El hombre duplicado" de Saramago, sólo que Baroja habla desde una atalaya más modesta que el portugués, pero dicen los mismo.

     "El poder hablar y entenderse con hombres de otros países, me da la impresión de que aún somos europeos, no asnos de noria que dan siempre la misma vuelta". Él que es de la generación del 98 tendría la opinión pesimista de nuestra España, le resultaría moderno, hasta bueno, eso, que un habitante de la península ibérica se comunicase con alguien más allá de los Pirineos a través del lenguaje.

     Mazazo barojista, con fineza pero de una vez y sin poder levantarse del ring: "Cuando un hombre se ve a sí mismo con delectación -es difícil que se mire con indiferencia- se considera como un ejemplar raro y precioso, lleno de contrastes; muy noble y muy vil, muy ángel y muy bestia", y sigue con el filo de la verdad dando puntadas... "Cuando empieza a verse sin entusiasmo como un ejemplar corriente, no es a consecuencia de tener la vista mejor y más clara, sino de haber perdido las ilusiones y la juventud". Uno no sabe qué podría pensar Baroja del botox ó toxina botulinica cosmética ó cómo llegar a la fuente de la eterna juventud con otros sustitutivos.



     Y sin embargo -como diría Sabina- es aquí donde don Pío, saca como siempre las cartas, las pone encima de la mesa con delicadeza y da una vuelta a la narración, para mostrarnos muy avanzado el libro que en verdad todo él era fachada para envolver a una persona sentimental y básicamente buena: "Todo es nuevo en el mundo -ha pensado Joe-. Esta mañana es nueva. El aire que respiro no es el de ayer, ni el de mañana; la mariposa que vuela es la de hoy, ayer probablemente no existió, mañana no existirá; tal es la brevedad de su vida. La alegría experimentada por mí en este momento es también actual, única y diferente a todas las demás; ni la que le precede, ni la que le sigue son iguales. Todo es nuevo en este mundo, nuevo a cada instante", y si con alguien no lo fue, por algo sería.

     Y el que llega más lejos en estas novelas, se encuentra con fantasías absolutamente comunes pero que nadie se atreve a decir: "Europa es lo clásico, la belleza un tanto amanerada y rutinaria. Australia es la fantasía absurda: el canguro, alto como una persona, con la cabeza pequeña y una bolsa en el vientre, donde lleva a su hijuelos; el ornitorrinco, cuadrúpedo y ovíparo, que tiene olor a pescado; los loros con patas de gaviota. Parece que la Naturaleza, un poco aburrida de formar una fauna amanerada y rutinaria, se lanzó en la Australia a la locura. En el mundo de la literatura y el arte, la Europa actual pretende ser una Australia". O que no se sabe cómo explicar.

     Y ahora son sus personajes los que desarrollan esa idea:
     "- Antes, indudablemente, el arte era mucho en la vida. Hoy, es poco; por lo mismo salen voceadores más desvergonzados. Un cubista es comparado con un inventor. [...] Estos ganapanes de la brocha quieren demostrar que son espíritus selectos y que la estupidez del cubismo es como una locura sublime.
     - Habrá también entre ellos inteligentes.
     - Sí, es posible; pero la mayoría no debían pasar de pintar puertas".
    ¿Qué puede decir uno ante tantas verdades?

     "Llegar a trazar figuras más toscas y menos graciosas que las pinturas que hay en el fondo de las cavernas, dibujadas hace hace veinte o treinta mil años, es un progreso cómico". Progreso cómico. Triste progreso.

     Posiblemente la página más bella de todo el libro, la 195. No se lee en nada que haya hecho la Universidad ni la colección de escritores consagrados de hoy, algo así. Y los que empiezan a ver la grieta de la verdad, son tradición fiel a este Baroja y otros de su pelaje valiente, nada más: "Nosotros, los españoles de hoy no tenemos la culpa de no tener fe en nosotros mismos. Antes, en le periodo de aventuras a España, la dirigía Don Quijote; de ahora en adelante, la tendrá que dirigir Sancho Panza. Un Sancho Panza culto, desbastado y democrático". Merece la pena este libro por esto, y por todo lo que dice esa página, "es una pérdida en el capítulo de lo pintoresco, pero no puede ser de otra manera".

     A modo de conclusión filosófica, triste pero, por algún extraña motivo, reconfortante en la escritura de Baroja: "Uno era el chiquito entre los grandes -dijo con aire melancólico-. Sus palabras hacían sonar por ser dichas por un pequeño. Al cabo de algún tiempo se convierte uno en uno de tantos, hasta que un día, ¡extraña sorpresa!, es uno el más viejo de todos. Es la historia vulgar, la terna historia, y que, sin embargo, sorprende como algo raro". Creo ver más en estas palabras a su sobrino don Julio Caro Baroja que a su tío, una melancolía en los ojos mitigada por ese hablar un tanto áspero, engañosamente áspero, con que se dirige a Soler Serrano en la magnífica entrevista. Al final salía el hombre simpático, también bueno como su tío don Pío.

     Y ahora sí, nos despide una descripción sentimental de París, un paisaje asumido: "Este cielo de París, de noche, es sugestivo por lo dramático. Se pone rojo, como si hubiera un incendio, y en ese rojo se destacan las nubes negras. La noche de París es extraordinaria; todo lo que tiene el día de vulgar y de burgués, lo tiene aquí la noche de trágico. Esta noche parisiense habla en tono grave y terrible".

jueves, 6 de noviembre de 2014

EL GATO ENCERRADO Salón de pasos perdidos I (Andrés Trapiello) 2ª entrada



          Un día, de esos que levantas la vista del libro y se te queda la cara como al Paravicino del Greco, me puse a pensar cómo me llegó el nombre de Trapiello, por qué lo empecé a leer. Y no me puse de acuerdo si fue por la radio, a través de otro libro, por alguna amistad...
          Lo que sí recordé fue su primer libro en mis manos: Mil de mil. Hay varias cosas en ese libro que se me quedaron grabadas para largo, pero hay una que fue la que me hizo seguir leyéndolo: explicaba cómo había de ser el casco de una ciudad para que mereciese la pena: poder ser paseado durante un día. Él lo explicaba mejor, y seguro que no era exactamente así, e incluso con los muchos libros suyos que han ido cayendo, puede que lo meta en aquel por una confusión literaria, tan dada a la confusión y su provecho la propia literatura.
          También ayuda a la evocación de Mil de mil que fuese leído mirando desde el valle, en Toledo, así que la mirada perdida del Paravicino grequiano no tenía escapatoria para la belleza; mirase al libro, mirase fuera de él, con el alcázar coronando la ciudad y el Tajo alfombrándola, la vista se encontraba muy a su sabor.

          El gato encerrado lo he leído tres veces, una primera siendo el descubrimiento del Salón de los pasos perdidos, en volumen buscado en la biblioteca. Después compré los cinco primeros tomos del Salón en la feria del libro de lance de Recoletos, y volví  en una segunda lectura al Gato encerrado este verano, solapando su lectura junto con Moby Dick (en una playa de Nerja conocí el ceño de Ahab, y luego en la tarde me serenaba con el diario de AT). La segunda lectura no fue como esperaba. Tal vez absorbió mucho mi mente la desdicha y la grandeza de los arponeros del Pequod, pero leí muy deprisa el libro de Trapiello y no entré de verdad en el Salón.
          Esta tercera lectura, aprovechando que entraban los últimos rayos de sol de un otoño que echa de menos el verano, ha sido más provechosa, y me ha recordado que cada libro tiene una velocidad de lectura, quien diga lo contrario miente. La prueba se me presentó nítida este verano, cuando la penosa traducción de Moby Dick me obligó a releer cada página un par de veces, y en otros libros se pasan regularmente. No digamos ya de la poesía, es arte. Escribirla y leerla. Y entenderla, para sentirla de verdad.

          Por qué sigo leyendo los diarios con tanta disciplina es algo que no sé y que aquí no creo que nadie encuentre el motivo.
          En una charla que mantuvieron Andrés Trapiello y Carlos Pujol en la Fundación Juan March, el escritor del Salón de pasos perdidos leyó algo de una de las entregas de sus diarios, fundamentando en pocos contenidos esos libros: una visita al Museo del prado, un paseo por Madrid, y algunas pocas cosas más; y esto teniendo algo de enjundia para uno, que también gusta de esas cosas (ya ha dicho cien veces el propio Trapiello que sus lectores posiblemente se parezcan un poco a él), creo que no es lo más importante. Yo creo que lo mejor de estos diarios es que AT encuentra ese resquicio que dura muy poco cada día, por el que se ve "lo que tenemos que escribir". Sea de una visita al Museo del prado, de un encontronazo en Moyano, un grabado familiar o el pelo estudiadamente descuidado de la chica del semáforo.
          Ahora dirá el envidioso de turno "pero eso lo puede hacer cualquiera". Puede, pero uno que lo hace muy bien se llama Andrés Trapiello.
          Es decir, al escritor de verdad, las musas le abren un poco la puerta de la inspiración ante escenas más bien cotidianas o que desde fuera no son nada. Bien, pues hay que saber ver esa pequeña luz, parecida al blanco que enseña y guarda Don José Nieto, el aposentador de allá al fondo en Las Meninas, una pequeña rendija, por la que ver aquella escena, calle, situación de forma distinta a la normal, y ponerse a escribirla; sentarse y hacer algo con eso que parece tan poco y que podemos llamar realidad. O mejor, vida.
       

domingo, 10 de agosto de 2014

EL POETA Y EL PINTOR (Ana Rodríguez Fischer)

          

          Ser más de Quevedo que de Góngora, y por tanto considerarlo un genio, antipático, no le impide leer a uno con placer auténtico este libro sobre la relación breve, probable o inventada de El Greco y el poeta cordobés.
          La escritora describe, solvente, la época como cuando nos habla de la forma de viajar, los inconvenientes o ventajas, las modas del momento, la dureza para los animales de carga. Y esto lo escribe con un castellano transparente, claro, limpio, entreverado de barroquismo sin trampantojo moderno, más bien un respeto y una llamada a la vuelta de lecturas gongorinas, cervantinas y todo lo demás también. Parecido a ver en arquitectura moderna, un pequeño vestigio necesario para darle el tono de aquel siglo y pico que dieron en llamar el Siglo de oro.

          El libro ayudará a conocer muchos datos de El Greco divirtiéndose. ¿Podríamos conocer estos datos buscando por güiquipedias y otros portales del conocimiento? Sí. ¿Es mejor internarse por los caminos de el poeta y el pintor para saber aquello? Sí, sin duda. Por la prosa sencilla y certera de Ana Rodríguez lo pasará vuesamerced mejor que por el aseptismo del dato encontrado por la red. Además creo (no lo sé porque no conozco a esta señora Ana) que el libro está escrito desde la admiración un poco obsesiva hacia el pintor, algo que comparte uno con ella, después de ponerse delante de los cuadros, y sentir la alucinación, la extravagancia de Doménikos, y el vértigo en uno mismo como espectador.

          Me ha gustado mucho que nos mostrara el debate que se mantenía en Italia sobre las artes liberales y mecánicas, en relación con la pintura, y que El Greco precisamente pleiteara concienzudamente desde su convencimiento de que la pintura por supuesto es un arte liberal "merecedora de todos los honores que se tributan a la poesía".

          A uno, que las obras de ciencia ficción le dejan frío, y tampoco ha viajado mucho, le agrada leer lo que ya conoce, llamadlo inconformista si queréis, pero se reconoce La Sagra, aunque hay algún cambio con el aspecto actual, imagino que por la documentación de la escritora sobre la época y las características agrícolas de esos años.

          Y Toledo, siempre Toledo. Otra escritora, entre los cientos de escritores, que vuelve a escribir sobre la ciudad, y no lo hace mal. Iba a transcribir algunas cosas que están bien en las páginas del libro, pero... ¡Id a comprarlo, carajo, y perderos en él!, sentid la emoción de leer quién fue Juanelo Turriano y su prodigiosa obra maestra, y no artificio ni invención, como se ha dicho, ese hombre sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando subía agua del Tajo al Alcázar.
          ¿Qué más? la casa de El Greco, vivienda que formaba parte del entramado de posesiones del marqués de Villena, algo de la magia del marqués caería en nuestro pintor, para quedarse en Toledo y no salir.

          Se gastan muchas páginas hasta el encuentro por fin de el poeta y el pintor, parece que por una mezcla de dos cosas, una intencionada y la otra no tanto: la escritora nos quiere tener pendientes todo el tiempo de "a ver si sale El Greco, a ver si sale", es una persona todavía hoy muy desconocida realmente, o mejor dicho misteriosa, a pesar de haberse descubierto mucho de lo que escribió, lo que de él escribieron y, directamente, sus cuadros. Bien, esto lo aprovecha Ana para decir "¿Queréis conocerlo?, pues paciencia y ganas". Por otra parte, se tarda en llegar hasta El Greco por la profusión de detalles en cada cosa que describe o nos cuenta, y por mucho que haya tenido que dejar de escribir para  no marear al personal con datos, se detiene en lo que importa para conocer suficientemente el contexto, los personajes, la cultura de esos años, y también, por ejemplo, la propia vivienda del pintor, mezcla de aspectos de cualquier vivienda de un pintor del XVI e imaginación y forma de narrar (lo más importante) de la escritora. Esto, la profusión, es más difícil de dominar, y tampoco es un defecto del libro.

          Y llegas a El Greco. En el libro de desgrana todo lo que hace falta para llegar al pintor, de forma honrada y trabajada, y sin embargo... sigue el misterio intacto.
          Un pequeño (o grande, es igual) desacuerdo con Ana Rodríguez Fischer: No estoy tan seguro de que la mirada de El Greco esté exenta de anhelo o deseos, como nos cuenta que la vio Góngora en el pintor. Si Ana ha basado esa opinión viendo el autorretrato, hemos visto un cuadro distinto, pues si El Greco estaba lleno de algo era de anhelo, deseos, exuberancia, sensualidad... él quería Ser El Greco, de aquí a Roma, vamos, y se ve en esos ojos de ratoncillo silvestre, sabio, de hombre que ha vivido mucho, ha bregado y pleiteado mucho con tanto hijodalgo como para contentarse con ser hippy, no fastidie vuecé. Y además sólo hay que mirar detenidamente su última obra antes de morir (Adoración de los pastores, 1612). Ese cuadro no es de alguien que no tuviera anhelo ni deseos, y no estoy hablando de religión, sino de fe. Fe en sus pinceles y su pintura. Yo no sé si El Greco creía en Dios o en algo, pero es muy difícil no creer en lo que se ve ahí, con el pintor de espaldas y todo lo que hay en el cuadro vibrando, con algo sobrenatural flotando, llameando, flamígero, lleno de deseos y un anhelo por durar más allá de su tiempo.

miércoles, 30 de julio de 2014

EL GIOCONDO (Francisco Umbral)

          

"...un deseo de ser visto y no ser visto al mismo tiempo.", así aparece, y está y no está El Giocondo, ese prímula veris, ese chico que camina sin pisar el suelo.

          Umbral mete el adjetivo apócrifo, apócrifamente, genialmente... "los maduros, con la juvenilidad apócrifa de sus foulards", esta frase nos dice más, todo sobre esos maduros noctámbulos, extraños y deseosos de vértigo, que cualquier párrafo cargado de frases hechas, mecánicas y autómatas que nos convierten en lectores autómatas, de esas novelas que nos rodean hoy.

          Umbral cae mal a algunos escritores por pura envidia, narra que un personaje de las noches elegantes, eróticas, bosteza como un "galgo heráldico", a cualquier escritor medianamente inteligente y con una pretensión de tamaño medio, le ha de importar, incluso que preocupar no llegar nunca a igualar esta forma de crear una imagen tan perfecta, que nos lleva tan acertadamente a dónde quiere llevarnos el novelista. En esta novela que se mueve sobre las arenas movedizas de la noche de saraos, güisquis y mujeres que bailan al borde de acantilados, esta forma de presentarnos al señor ese, es un grabado de época.
          Como cuando dice "Qué anocheceres enteleridos", la persona y el anochecer se funden en una cosa, en algo, alguien entelerido, y también al leer eso, vas directamente al lugar, te pones en el lugar de El Giocondo en esa noche. O "el tejido ondeante de la amistad", para describir los encuentros al principio de la noche de esta pandilla de malditos, directamente estás viendo una bandera de la amistad en ese ondear.

          Hay como una melancolía, el hilo con el que está tejida la inexistente trama del libro es de ese color: melancolía...melancolía y fracaso. "vivimos sobre los bocetos borrosos del que fuimos sucesivamente, vamos borrando a cada uno de los que fuimos con el proyecto del que ahora queremos ser", y aquí hay una verdad que tampoco la he escuchado sobre las gentes que han hablado, con más o menos fundamento del gran Francisco Umbral; este señor decía verdades asequibles para cualquier mortal, mejor que algunos psicólogos o filósofos, que se pierden en palabrería más o menos científica, pero ve uno en eso que hemos sacado del libro, algo que le pasa a todo el mundo, y que se convierte en miedo de madrugada.

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          "y de madrugada estaban todos en la terraza desayunándose migas manchegas, a la misma hora en que las estarían tomando los recios viñeros en La Mancha lejana y cercana, en el Campo de Montiel", sí, La Mancha, desde el poblachón manchego como llamó Galdós a Madrid está muy cerca de La Mancha, para su suerte, por mucho rascacielos que quiere huir del suelo.

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          Uno de los momentos más hermosos del libro, es cuando podemos observar de cerca al Giocondo, cuando nos lleva Umbral de la mano, y bajamos por esos escalones cubiertos de mullida alfombra roja, al salón de baile de uno de esos lugares donde encontraban una puerta a la perdición, "El Giocondo tomaba su chivas en silencio, escuchando sin oír los solos de trompeta o la voz de colector de los negros que cantaban, un poco fascinado, inquietado por la súbita variedad de cabezas, de cuerpos, de figuras... Era esa riqueza del espectáculo humano a la que la sensibilidad deslumbrada tarda un poco en acostumbrarse", y hasta aquí, porque al maestro Umbral hay que leerlo entero y verdadero, para tocar con las yemas de los dedos este papel, de 1971, editorial Planeta, que nos traspasa el deseo, aquí y ahora.

          El libro y lo que me costó, que no fue mucho, merece la pena sólo por esta descripción del Madrid de madrugada, visto por los noctámbulos malditos, prímulas y otros buscadores de tesoros en la noche, que quedaban en el "pescaíto" de la Puerta de Toledo, a seguir su búsqueda, un poco escépticos ya, "Los dos automóviles salieron en carrera loca por las calles clareantes del alba. La ciudad era una pálida y desolada alusión a sí misma, enorme e incierta en las grandes plazas", bueno, los que se hayan amanecido en Madrid sin dormir, estando por ahí, saben que no encontrarán una descripción mejor del sentir de la ciudad en ese momento.

martes, 29 de julio de 2014

EL CABO DE LAS TORMENTAS (Pío Baroja)

       

          Cinco relatos forman el libro: Bautista el sublevado (sobre la sublevación de Jaca, 1930), El contagio (transcurre en la época de la dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930), La protección del "Negre" (en el tiempo de las agitaciones sindicalistas de Barcelona), Silencio (basado en un crimen real, el de Beizama) y Margot y sus pretendientes (durante la proclamación de la República en Madrid).
          Con unos cuantos personajes, que Baroja mueve como muñecos en apariencia frívola por el tablero de aquel convulso primer tercio del siglo XX, se intercalan reflexiones filosóficas, morales y culturales interesantes, y ese narrar suyo donde las páginas pasan naturalmente.

          "- Gracián postula varias condiciones para el héroe. No recordaré todas. Le exige la sutileza de ingenio y la prontitud en el espíritu; considera necesario el corazón, es decir, el valor, el buen gusto, la eminencia en algo, la inclinación por los empleos pausibles, la gracia con las gentes, o sea, la afabilidad, el despejo y el arte de ganarse las simpatías. El concepto del héroe de Gracián no es igual al concepto del héroe moderno." No seremos tan ingenuos de escribir en este retirado blog que la novela que escribe PB sea únicamente para intercalar aforismos o párrafos de moral pesada castellana, pero qué bien puesto está esto, sacado a colación de las intrigas y los comportamientos militares que cuenta el libro.
Un poco más adelante, en la misma charla de muñecos barojianos, el concepto de heroísmo se baja del caballo legendario, gracianesco (aunque Gracián siempre tenga razón. Siempre), para tocar el suelo mundano...
          "- ¿Así que el héroe es un fanático?
           - Yo así lo creo. Fanático de una idea general patriótica, humanitaria o religiosa. El fanatismo impulsa a no dar importancia a los hechos ni al razonamiento de los demás, a seguir la idea única y propia, que le sale a uno de adentro. El que cree que tiene el monopolio de la verdad y posee una voluntad firme, si se le presenta la ocasión, puede ser un héroe. El crítico y el desmayado de voluntad, por inteligente que sea, no puede ser un héroe nunca."

          En otra ocasión Fermín Acha, don Leandro y Arizmendi (algunos de los muñequitos de plomo ligeros barojianos), estando de merienda en la sierra de Madrid, ven llegar a los miembros de la Dictadura de Primo de Rivera en automóvil...
          "- Qué aire tienen - dijo don Leandro.
           - Detestable - contestó Arizmendi.
           - El principal - añadió Fermín - parece un chulo andaluz ya viejo; los otros podrían ser sus criados. Yo sentiría reparo si tuviera que darles la mano."
          Es difícil no pensar en que es el propio Baroja quien pensaba así.
          De hecho, adrede o no, cuando se callan sus muñecos, el narrador dice esto:
          "El dictador hablaba mucho, con una voz ronca y al mismo tiempo atiplada; los otros eran de un aire vulgar y ridículo. Únicamente don Severiano, el general, tenía el tipo de lo que era: de un personaje siniestro." ... en fin, que si no nos había quedado claro lo bien que le caían Primo de Rivera y sus ministros, en ese último párrafo les da la puntilla. 
          Ahora, uno de nuestras apreciadas marionetas noveladas barojianas, generaliza sobre lo que son o parecen los Ministerios europeos respecto a los políticos de pasadas épocas:
          "Se ve un Ministerio español, francés o italiano actual y parece una reunión de tenderos, comisionistas o maestros de obras. ¿Es que eran los accesorios, las pelucas, las gorgueras, las casacas, los que daban aspecto distinguido a los personajes antiguos, o es que eran, en realidad, diferentes, de más prestancia que los de ahora?"

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          En otra parte del libro, encontramos observaciones alejadas de lo anterior, pero que a mí me han servido para acordarme de la representación de la guerra en la Edad Media donde había nobles en batalla y su comparación con el aristócrata del siglo XVII, donde mucha vio la guerra de lejos:
          "La aristocracia de hoy no es la del siglo XIII, ni la del XIII es la del siglo XVI, ni la del XVI es la del siglo XVIII y XIX. El feudal del siglo XII o XIII, si hubiera renacido en el XVI, no hubiera reconocido a los aristócratas del tiempo como suyos. Hubiera dicho: Este es el nieto del comerciante y aquél el descendiente de la judía. El del siglo XVI, a su vez, tampoco hubiera reconocido como de los suyos a los aristócratas del XVIII o del XIX. Ahora, claro es, si se llama aristocracia a la clase que manda, a la que sube a las altas esferas, entonces la aristocracia existe y perdura siempre, hasta con los gobiernos socialistas".
          Seguramente muchos de los que pintó El Greco, los caballeros, no pisaron un terreno de batalla; sí algunos, pocos, que aunque bien vestidos, no eran aristocracia, sino exclusivamente vestidos noblemente para la pose, social y pictórica, pero nobles no.

viernes, 18 de julio de 2014

LONDRES (Virginia Woolf)



          La prosa de Virginia Woolf no tiene barroquismos ni aventuras intrépidas, porque Virginia Woolf te cuenta las cosas como si estuvieras con ella, dentro de una casa de Londres.

          Hablando de una señora típica y tópica londinenese nos cuenta que... "había creado un mundo tan compacto y absoluto que el mundo exterior no podía agregarle pluma ni ramita alguna"; con esta forma de escribir sencilla, que no simple, nos refiere las cosas.

          "El Greenwich Hospital, con todas sus columnas y sus cúpulas, llega en perfecta simetría hasta las aguas, y transforma de nuevo el río en el sereno caudal al que la nobleza de Inglaterra en otros tiempos se dirigía...", aquí se cumple perfectamente lo que nos cuenta Borges en su relato sobre Pierre Menard; uno lee esto, la prosa despojada de todo disfraz o adorno de VW, y se da cuenta de que aunque uno vaya a Londres y escriba esto nunca le quedará tan original como a la escritora inglesa, que sigue en el mismo párrafo... "...paseando sin prisas por verdes prados, o cuyos peldaños de piedra en la orilla descendían para pasar a bordo de sus embarcaciones de recreo."



          Hablando de la laboriosidad en los muelles de Londres, "la previsión y la destreza que se han vertido en cada uno de estos procesos, viene (y parece que entre por la puerta trasera) a incoroporar ese factor de belleza en el que nadie, en los muelles, ha pensado siquiera un segundo", hace que le guste a uno su descripción desde fuera, como espectadora de ese cotidiano espectáculo, el hormiguero húmedo que debió ser aquel entramado de tinglados, dispuestos siempre a recibir y mandar mercancías, desde y hacia cualquier parte del mundo, por eso: "Este es el camino por el que se infiltra la belleza", no sé si el estibador que estaba molido de la jornada pensaría lo mismo, pero sí me creo que el espectáculo tuviera esa belleza del que mira y ve la arribada de un barco, el caos ordenado de los trabajadores de aquí para allá, que parece equivocadamente) que no saben donde van, y todo acaba en su sitio. Yo veo aquí un pequeño homenaje a la honradez de esos obreros, como cuando nos cuenta la destreza al abrir los barriles de las mercancías, la sutileza del golpe, producto de largos años de depurar el gesto menestral.

          Más adelante relatándonos "El oleaje de Oxford Street", vuelve a hablarnos de otro aparente caos, ahora ya en una zona distinta a los muelles, aunque mezcladas ya las clases sociales, pero donde el lujo se desparrama en la suntuosidad  elegante de Oxford Street: "El rompecabezas jamás llega a quedar ordenado, por mucho que lo contemplemos", al ver todo el trajín de tráfico humano y de automóviles.

          Acaso la frase más extraña que se ha encontrado uno en estas páginas sea esta: "El encanto del Londres moderno consiste en que no ha sido construido para durar, ha sido construido para pasar", y se entiende lo que explica, la cantidad de cambios en las casas residenciales, en los negocios; pero ese Londres moderno, yo creo que desde nuestro dos mil catorce es el Londres con ganas de vivir del periodo de entreguerras (la colección de artículos que componen este libro corresponden al año 1931); hoy, nuestro Londres moderno o postmoderno, o como quiera que se llame, no sé cuantas ganas tiene de cambiar, hacia dónde.

          Una de las cosas que atraparon a uno, cuando empezó a leer a Woolf, es que se fija en las mismas cosas, le resultan interesantes ciertas miradas compartidas; así, cuando visita como turista la casa del historiador Carlyle, dice: "La escalera, de madera labrada, ancha y digna, parece tener los peldaños desgastados por los pies de ajetreadas mujeres transportando cubos de agua", volvemos al gusto por la laboriosidad, por lo que les ocurre a los que les emociona la Historia, que dice bajo el arco de algún castillo por aquí pasaron, ella siente eso, pero de forma más cercana, las mujeres que trabajaban allí, alza la intrahistoria a una parte de la Historia, la literaturiza, y la dignifica. Y esto lo hace asiduamente, convirtiendo en belleza actos comunes a cualquier mortal.

          Revela su lucidez esa falta de genialidad, comparando la época de individualismo y riego de Shakespeare con la actual (1931), donde hay tanta gente, tan pequeña, tan parecida, y nos gustaría pensar que allá donde se encuentre VW pudiera ver lo minúsculos que nos hemos vuelto, donde cualquier emborronador puede tener un blog, como el que mancha este aquí.

          Muy aconsejable, este libro, para leer durante una estancia en Londres, se lee a un ritmo normal, casi de respiración de ser humano medio, para ver lo que hay/no hay ya de aquel Londres virginiano y ver lo que sin ser igual, es lo mismo. Gracias, Virginia.

lunes, 10 de febrero de 2014

ROJOS Y BLANCOS (Pío Baroja)

       


        “La calle, sobre todo la calle vieja, me gusta, me recuerda un sinfín de novelas románticas que he leído en la juventud; pero lo que me parece la quintaesencia del espíritu de París, es la poesía de Verlaine”, no hay nada como llegar a un lugar y la contaminación literaria que nos rompe la cabeza, salga a pasear por la calle, bien poblándola de personajes, bien atmosferizando el aire, la luz, esa ficción tiene algo más real, más de verdad que la propia realidad. Cuando llegamos a una calle vieja, no queremos que salga uno de sus vecinos de hoy con la bolsa de basura en la mano; queremos que esté como hace quinientos años, o trescientos, como un decorado de una película, pero que no sea una película; todo esto es una parte muy importante de la literatura.
No recuerdo quién lo dijo, creo que fue una hermana de Ortega y Gasset; estuvo de viaje Grecia y al oriente con un grupo de intelectuales españoles, entre ellos Julián Marías. Y decía que cuando llegaron a uno de aquellos lugares míticos, allí sólo había piedras, pero ellos estaban emocionados por todo lo que habían leído.

         Hace poco ha salido un libro sobre Baroja (Retrato de Baroja con abrigo) cuyo contenido escrito no tiene mucha importancia, sí los dibujos y el formato que tienen algo que te atrapa. He encontrado en Rojos y Blancos el mejor título para un libro sobre Baroja, y no sé si alguien ya lo ha aprovechado, porque es muy raro que después de décadas de libros de Broja editados nadie se haya dado cuenta, a lo mejor es que nadie lee a este magnífico escritor, y tenemos que quedarnos con la chorrada de lo del abrigo, la manta y la boina, que no es nada al lado de su literatura… “En la ciudad universitaria, una arquitecta inglesa me llamaba ‘ese señor viejo español de sonrisa triste’ ”.

         “Pienso que la gente que se considera con deberes lleva una vida más intensa que la que se considera sólo con derechos”, lo mejor de Baroja es que se entiende lo que escribe y no son ni siquiera aforismos, son más cercanos, no estarían en una placa dorada conmemorativa, son papeles importantes en un cajón, cerca del sentido común.

         “Continuo recibiendo catálogos de librerías de viejo, lo cual me da siempre mucha pena, porque los libros están ahora muy caros, y a mí no me sobra el dinero”, qué pena. Si usted supiera, don Pío, que tengo en primera edición los dos primeros libros de Memorias de un hombre de acción (“El aprendiz de conspirador” y “El escuadrón del Brigante”).

         “Cuando se sienten aficiones literarias y filosóficas es muy difícil encontrar con quien hablar a gusto”, cuando se encuentra son oasis difíciles de olvidar, pero más difíciles de mantener.

         “Hace tiempo, Ortega y Gasset, que tenía auto, nos invitaba a dos o tres personas a visitar algunos pueblos españoles en una excursión de varios días, y al llegar la noche a las fondas donde descansábamos, hablábamos como las personas a quienes no les produce miedo ni inquietud la vida”, cuando encontramos esos oasis, los pueblos españoles, con un edificio antiguo al fondo en la ventana del restaurante, o un paisaje castellano desolado y hermoso, y hablamos de lo que nunca hablamos, nos olvidamos hasta de quien somos, o es al contrario, que resulta que es ahí donde realmente somos nosotros más nosotros, diluyéndonos en la conversación, y el resto de los días del devenir cotidiano, somos reflejos, potencias.

         “Me han prestado un tomo de una Historia del Arte, obra de un crítico, Ele Faure, al que algunos conceden mucha importancia. Pero me ha parecido que no hay en ese libro más que palabrería y retórica. No he encontrado en sus páginas nada auténtico ni explicativo que valga la pena. Tan sólo elocuencia, y nada más…”, y nada más, que poco saben los críticos de arte (en general) de eso que queda flotando cuando anulas las teorías y la palabrería.

         “La vida actual tiene muchas exigencias inmediatas: el naturismo, el sol, el automóvil, la buena mesa, el baile, las piscinas, el cine, la aventura…”, hoy tiempos modernos podemos agregar, verbigracia: el móvil, las redes sociales, el ordenador, internet, guasap, la televidión, la televisión, la televisión… “¿Y dónde está quien, por recreo, se encierre a solas con un volumen para pasar la tarde? Esto ya no lo concibe la gente”, pues si esto era ya así a mediados del siglo XX, es mejor que no viera este señor lo que hay hoy. Yo no sé si encerrarse con un volumen hace mejor persona, pero si se generalizara creo que la estupidez saldría huyendo por la ventana.

Cuando Pío Baroja se entera de que puede volver a España tras su exilio, por una carta de su amigo García Morente, escribe “No es panorama que me disguste. Volver a mi casa del pueblo (Vera), leer en la biblioteca, pasear con mi sobrino Julio por la huerta y seguir por el cielo el curso de las nubes”. Julio Caro Baroja, andando el tiempo, y ya en los lejanísimos años ochenta, hizo un programa en TVE sobre el cuadro de Patinir “La laguna Estigia”. ¿Soñaría ya Julio esos paisajes por los que le contaba su tío que había visto en Basilea?

INTEMPERIE (Jesús Carrasco)



          Creo que fue en el programa Página 2 donde vi por primera vez la portada del libro y al autor, y me llamó la atención la historia. La portada no sé quién la ha elegido, pero no he encontrado ni una oveja por sus páginas. Imagino que no es una elección del escritor. La persona que ha pensado en colocar un corderete mirando hacia la derecha según mira el espectador, a lo mejor ni se ha leído el libro. O se lo ha leído, pero ha pensado que una cabra daría una imagen equívoca de lo que cuenta el libro, porque cabras sí que he encontrado.
         Me parece una historia bien contada, me ha recordado a Pérez-Reverte en el análisis de los movimientos de los personajes o en la detallada descripción de paisaje. He tenido que utilizar mucho el diccionario, y esto no es una queja, es mi gratitud al escritor por llevarnos al mundo rural auténtico de hace no mucho tiempo, hoy, que somos tan tecnológicos, no está mal que alguien nos recuerde estas cosas. Y además porque hay un personaje que me ha recordado a alguien de mi familia, personaje bueno.
         “almendro agostado”, “besanas lavadas” o “sarmientos bravíos”, son algunas parejas de sustantivo y adjetivo muy acertadas, y creo que es otro de los logros del escritor, y algo raro, rarísimo en los que escriben hoy: el presentarnos palabras de siempre como si fueran nuevas… no nuevas, más bien es como si les diera todo su significado en la historia, como si alcanzaran la potencia latente que tiene la palabra. Nos hace viajar al sitio, y estar (estar, ¡eso es!), estar junto al niño y al pastor. Sudor, dolor, queso, calor, miedo…
         Hay un personaje siniestro que se encuentra el niño, que me ha traído a aquel otro tan distinto que se encontró Jim Hawkins en la isla del tesoro, aquel náufrago. Y si son tan distintos, ¿por qué lo he relacionado? No lo sé y si sigo hablando de este hombrecillo destripo mucho del libro, así que alguien que quiera ver esa relación que se lo lea.
         Una de las partes más bonitas es cuando el pastor le dice al chico algo sobre un Cristo que había en una fortaleza abandonada. Pero digo lo mismo que respecto al personaje misterioso, hay que leer el libro para entender. El libro me ha dejado confuso, porque es una de las lecturas con las que me gustaría volver a encontrarme más adelante. Por otra parte no sé si quiero cruzarme otra vez con algunos personajes. Veremos.

EL CAMINO DEL CORAZÓN (Fernando Sánchez Dragó)

      


       “Dionisio, en una palabra, descubrió que los buscadores de tesoros, los aventureros de la gnosis, los bichos raros, los seres anticonvencionales – como lo era el Canciller de Estambul, el Caminador Manchego, el comerciante Sufí, el Tigre de Bengala y el Motorista de Delhi- formaban parte de una trama oculta, de una red invisible, de una especie de sociedad secreta, tan secreta que sus miembros no se conocían entre sí, pero se reconocían…” Me han recordado estas palabras otras, las de Manuel Vicent cuando dijo que los lectores de libros a la antigua usanza se reconocerían al cruzarse por la calle. La colección de aventureros con alma común que enumera, es como el juego que les hacemos a los nenes, tras contarles un cuento y nos tienen que decir, en orden, quién surge primero, después, Caperucita, el Lobo… Eso está bien, para la lectura te haces un resumen mental de lo que le ha ido pasando a Dionisio.
         “Átate al timón y aprieta los dientes. Recuerda que el mundo es un laberinto y que nadie puede recorrerlo sin chocar una y otra vez con sus paredes. Pero no te desanimes nunca. Cada prueba es, si sales airoso de ella y no te desnucas en el intento, un salto hacia delante”. Lo bueno o lo malo de estas palabras es que vale para el que tiene buenas intenciones y para el que no. Para todos. “El que aguanta, gana”, ¿no? Es verdad que tras estas palabras, el que está hablando (otro sabio que se encuentra Dionisio) termina diciéndole al chico “Ahora ve con Dios”, conciencia, ¿dónde está el bien? ¿Y el mal?
                   “Eran las ocho de la mañana, y sereno… Muy sereno: ni la hilacha de una nube rompía el rigor ático del cielo, su uniformidad, su elegancia, su transparencia, su tersura. Así debiro de ser, pensó Dionisio, el alba del mundo. Así, como yo me siento, debió de sentirse Adán cuando por decisión divina emergió de la noche de la Nada y se sumergió en la claridad del Todo”, muchas mañanas de sábado o domingo, cuando abrimos en aquellos días la persiana y vimos un azul recién pintado en el cielo, algún pájaro nos saludaba sin él saberlo, con un canto fugaz y divino como el azul del cielo, nos hizo sentir todo eso como a Adán, no como a dioses, sino como al primer hombre.
         “Dionisio, además, era aún demasiado joven para rendirse a la evidencia de que los medios de información nunca dicen la verdad y de que la libertad de prensa es una utopía lanzada por los ilusos y un señuelo hábilmente manejado por la hipocresía democrática para lavar los cerebros de sus súbditos”, no sé dónde quedó todo este sano pensamiento, “un puño y una barba eran… nada más que papel” (gracias Calamaro), y el abrazo al liberalismo económico ha sido otro timo más.


         “Y así supo el viajero – inescrutables son los caminos del Señor – que la hora del recreo en el patio de la escuela de la vida tocaba a su fin y que de un momento a otro, con la grave y dura responsabilidad de la madurez tapándole las vergüenzas como una hoja de parra”, y otra vez Adán, de Durero por ejemplo, recién bañado en un río, porque ese hombre delgado de los Países Bajos sale de un río, mirad sus pies, va caminando con cuidado de no clavarse una china en la orilla de tierra lavada al lado del agua, de la que acaba de salir, ser un hombre nuevo “para ponerse de largo, incorporarse a la fila y entrar en clase”. 

sábado, 25 de enero de 2014

LA TARDE PERFECTA DE JOSÉ TOMÁS (Simon Casas)



No compré el libro porque el prólogo lo hubiera escrito Andrés Calamaro. Ya tengo dos libros sobre José Tomás, Un torero de leyenda de Carlos Abella y Luces y Sombras de Javier Villán.
         No iba buscando literatura, que me perdonen prologuista y autor. Con José Tomás pasa algo más. No voy a entrar a defender el toreo de José Tomás: la tauromaquia tiene arte (en el cual, aunque no entiendo, sólo gusto de perderme en él) pero también tiene ciencia, datos, categorías, experiencia, pasado, tradición… y eso no se aprende en dos días; seguiremos yendo y leyendo al universo taurino para seguir aprendiendo.
         Fui buscando complicidad, una lectura de lo que vivieron dos piratas aquella tarde (mañana luminosa de pañuelos blancos y uno naranja), estar sin estar en Nimes por mano, boca, letras de Simon Casas y Andrés calamaro. Creo que Andrés ha entrado en un mundo profundo, de amistad de toreros y otras gentes del toro, donde se siente bien, agradecido, honrado… y este prólogo le vino grande. Lo supo desde que se puso a ello, no sé si por encargo o por propia voluntad, o ambas cosas, pero sabía de su responsabilidad y que esto no era una broma. Le salva el corazón. Pero a Simon Casas le pasó lo mismo, tal vez con una inocencia menor, por edad, por recorrido taurino, por experiencia; pero sabe que este libro es un reflejo, un testimonio, vital (y esto es importante) de lo que supone el toro, José Tomás y el milagro de Nimes.


        No puedo, ni quiero descubrir el final del libro, sólo diré que merece la pena leer los chispazos de Andrés en el prólogo, y la vida de Simon Casas, la pasión de ambos, para acabar emocionado con las palabras del francés, cuando metaforiza toro y filosofía, vida y trascendencia, como ese momento raro de la tarde anochecida cuando ves a un hombre dar la vuelta al ruedo, y tú no lo conoces a él, ni él a ti, pero todo se entiende de una vez.